Los poetas modernistas fueron los primeros en rebelarse contra algunos aspectos del mismo movimiento y en ir más allá del estilo que ellos mismos habían creado.
El Posmodernismo aparece cuando el Modernismo pierde impulso y se buscan otras formas de enfrentarse a los problemas humanos, así que se buscan nuevos caminos en la poesía. Las fechas entre las que se sitúa el Posmodernismo son 1920 y 1935.
En los poetas posmodernistas se pueden detectar algunos rasgos comunes:
- En los temas, rechazan el ambiente cosmopolita y regresan a los motivos locales. Se afirma la americanidad frente al exotismo. Ello supone un retorno a la naturaleza y a la sinceridad. Se busca la universalidad a través de lo propio y de lo local.
- En cuanto al lenguaje, rechazan la lujosa decoración sensorial y buscan una mayor simplicidad en la expresión, con una sintaxis sencilla y epítetos naturales.
- Respecto a la métrica, dejan los experimentos a favor de versos y estrofas más tradicionales.
También se percibe en estos poetas un dejo romántico, cierto prosaísmo, la atracción por los suburbios de la ciudad, el gusto por la ironía y una vuelta a la tradición clásica.
En el Posmodernismo aparece una nómina extensa de voces femeninas. Entre todas ellas destacan Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral.
La uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) componía versos ya con diez años. Del Modernismo proceden elementos poéticos como perlas y mármoles, cisnes y lagos o azules y oros. Esta poeta buscaba una expresión original, adecuada a sus apasionadas vivencias personales. Consideraba a Horacio Quiroga su maestro.
La obra de Delmira Agustini está cargada de sensualidad, de erotismo contenido, producto de un carácter sincero, ardiente e insatisfecho. El tema principal de sus escritos es el amor. Muchos de sus poemas están dedicados a Eros, fuente de placer y dolor, ya que el goce y la pasión llevan aparejados la tristeza y el desencanto. Utiliza símbolos como la serpiente, el búho, el vampiro y, en especial, la estatua, en la que parece resumirse el conflicto entre su fuego interior y su aparente frialdad externa. Los cálices vacíos, de 1910, es un libro profundo y maduro. En 1924, póstumamente, apareció El rosario de Eros.
La chilena Gabriela Mistral (1889-1957) ejerció como profesora hasta que fue invitada a colaborar en la reforma educativa de México. En 1932 inició su carrera consular. En 1945 recibió el premio Nobel.
Los títulos de sus obras desvelan su contenido: Desolación, Ternura, Tala y Poema de Chile, publicado póstumamente. En ellos canta al amor hacia lo más personal (el amado suicida y el hijo no tenido) y hacia lo más universal (el ser humano y, en especial, los niños), a la infancia (sintió una profunda ternura hacia los niños), a la naturaleza (especialmente la andina) y a la religión, en una especie de panteísmo que trasciende lo cristiano y le sirve para paliar sus dramas íntimos.
La argentina Alfonsina Storni (1892-1938) se vio obligada a trabajar en diversos oficios, como costurera, actriz o maestra rural. Persona inquieta y nerviosa, estaba poseída por un amor violento y su poesía tiene el tono de la ciudad moderna. El suicidio de su amigo Horacio Quiroga le afectó profundamente y ella misma, enferma de cáncer, acabó con su vida internándose en el Mar del Plata, tras despedirse con el poema “Voy a dormir”.
La lírica de Alfonsina Storni está marcada, de principio a fin, por tres profundas huellas:
- Su fracaso amoroso, cuando ella se consideraba “nacida para el amor”. En Languidez, de 1920, aparece el poema La caricia perdida, que la poeta dedica “a los que nunca realizaron sus sueños”.
- El convencimiento de la situación de inferioridad de la mujer en la sociedad. Storni pensaba que aunque la mujer posee atributos morales y espirituales superiores, es víctima de su amor por el hombre. Por ello mostró su feminismo siempre.
- Una visión pesimista del mundo.
La uruguaya Juana de Ibarbourou (1895-1979) fue llamada “Juana de América”. Fue desvistiendo su lírica de los adornos modernistas para ganar en pureza. Toda su poesía gira en torno a ella y la naturaleza o ella y el amor, todo ello cargado de sensaciones. El amor aparece envuelto en la pasión y el erotismo de quien se sabe deseada por el hombre, al que se somete complacida. Su evolución se ha comparado con el ciclo de la vida, con un descubrimiento del mundo en Las lenguas de diamante, de 1918 (en el que aparece el entusiasmo por vivir y por amar), la juventud de Raíz salvaje (1922), la madurez de La rosa de los vientos, de 1930 (donde comienza la añoranza de la juventud perdida) y la vejez de Perdida, de 1950, donde se encuentra el temor a la muerte.
Sus versos espontáneos, rítmicos y luminosos crearon una escuela que se llamó sencillismo.
La argentina Margarita Abella Caprile (1901-1960) revela sus orígenes modernistas y su fidelidad a los mismos en Nieve (su primer libro de poemas, aparecido en 1917), Perfiles en la niebla, Sonetos, Sombras en el mar y Lo miré con lágrimas.
La chilena María Isabel Peralta (1904-1926) publicó sus primeros versos a los veintiún años, con un fervoroso prólogo de Gabriela Mistral. Su breve y joven obra estuvo obsesionada por la muerte. Al morir de una peritonitis, sus amigos reunieron sus versos desperdigados en diarios, revistas y cuadernos. En 1933 publicaron Caravana Parda.
La uruguaya Sara de Ibáñez (1910-1971) es considerada nerudiana en Hora ciega, pero original en su hermetismo, por la perfección de su verso, en Pastoral. Muchas veces mostró como temas el suicidio y las batallas. En su obra se observa la angustia por la existencia, el desamparo, la muerte, el amor y la relación del hombre con Dios. Buscaba la perfección técnica y la pureza de las imágenes.