Se trata del único canto o canción de Cruzada que encontramos en la literatura castellana. Es la elegía por la ruina de la ciudad de Jerusalén tras caer en manos de los turcos. Esta obra se considera una de las más bellas elegías escritas en castellano.
El momento histórico del poema se sitúa en torno al Concilio Segundo de Lyon, de 1274, que se reunió para arbitrar recursos que permitieran la reconquista de la ciudad santa. Al rastrear en la obra hechos históricos, se puede concluir que la composición se escribió entre la caída de Jerusalén (1244) y la de San Juan de Acre (1291).
Dentro de los cantos de Cruzada, este contrasta con otros cantos occidentales, tanto en su orientación legendaria como por su entonación juglaresca, sin refinamientos cortesanos y sin artificios formales complicados. Las canciones de Cruzada eran poemas que se situaban entre la canción política y amorosa, por un lado, y los sermones y bulas (de los que extraían los motivos) por otro, y que invitaban a rescatar los Santos Lugares para así poder ganar el paraíso.
Por otra parte, en esta obra se mezcla la narración con la gesta y con el lamento lírico, frecuente en la poesía castellana, presentando el saqueo de la ciudad y la profanación de los Santos Lugares por parte de los musulmanes.
La métrica y el tipo de estrofa parecen ser de tradición popular. Cuenta con versos dodecasílabos y hexasílabos, distribuidos en veintidós estrofas de cinco versos, con el esquema 12A-12A-6b-6b-6c. El último verso de cada estrofa repite un estribillo que contiene la palabra “Jherusalem”.
En el poema destaca el uso del presente histórico, combinado con el pasado.