La elegía es un canto de dolor, la manifestación lírica de un sentimiento de pesar ante la muerte de alguien concreto.
El hispanista Bruce W. Wardropper señaló la existencia de una tradición elegíaca en la literatura española, hasta el punto de que el mejor poema castellano del siglo XV (las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique) y el mejor del XX (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca) eran elegías.
Debemos matizar que aunque la elegía es un llanto mortuorio, no toda la poesía que trata sobre la muerte es elegíaca. La elegía es un canto que surge a partir de una muerte particular y no de la muerte en general, aunque puedan incluirse generalizaciones sobre el morir. La poesía que versa sobre la muerte es la que se basa en consideraciones genéricas sobre la mortalidad de la persona, mientras que la elegíaca está motivada por muertes concretas que el poeta llora líricamente, de forma que la elegía expresa el dolor experimentado ante una muerte y la pérdida de una persona querida, aunque además su autor se extienda sobre la fugacidad de la vida y lo imposible de eludir la muerte.
Recordemos que amor y muerte son los temas poéticos mayores, de forma que los autores cantan la persistencia y renacer cíclico de la vida o la caducidad de la misma en el individuo. Según Wardropper el contraste entre esa renovación constante de la vida y la aniquilación del individuo provoca la angustia del hombre. Este sentimiento de angustia es el sentimiento de arranque de toda elegía.
Tenemos que recordar también que aunque en la literatura moderna la elegía se define por el tono doloroso y la referencia a la muerte, entre los clásicos se daba el nombre de elegía a una forma métrica concreta, aunque abordara otro tema distinto. Se escribían elegías de carácter político, bélico, sentimental, moral, etc. Podríamos citar elegías de autores griegos como Tirteo, Minnermo o Jenófanes.
Tirteo, del siglo VII a.C, compuso en Esparta poesía guerrera en forma de elegías. En ellas animaba a sus compatriotas a la lucha:
¡Adelante, hijos de los ciudadanos de Esparta,
la ciudad de los bravos guerreros!
Con la izquierda embrazad vuestro escudo
y la lanza con audacia blandid,
sin preocuparos de salvar vuestra vida.
Mimnermo usaba como temas en sus elegías el amor y el carpe diem:
¿Qué vida puede existir o qué placer sin la dorada Afrodita?
¡Quédeme yo muerto cuando ya nada de eso me interese:
ni el amor a escondidas ni sus dulces dones ni la unión en el lecho!
Jenófanes por su parte, hablaba de los colofonios tras su alianza con los lidios por adaptar costumbres como llevar el cabello adornado con oro:
Lujos inútiles aprendiendo de los lidios
mientras sin la tiranía odiosa estuvieron
iban a la reunión con mantos enteramente de púrpura,
no menos de mil en conjunto,
arrogantes, orgullosos de sus hermosos cabellos.
También compusieron elegías autores romanos como Ennio (se considera que él introdujo la elegía en la poesía romana) o Catulo:
Tú, tú con tu muerte has roto mi felicidad, hermano,
contigo ha quedado también sepultada nuestra casa,
contigo también ha desaparecido toda mi alegría,
la que en vida alimentaba tu dulce afecto.
La elegía funeral fue adoptando la forma de un poema de duelo por la muerte de un personaje conocido o un ser querido. En la Edad Media se llamó endecha o planto. El primer nombre se aplicaba a la lírica de carácter popular, mientras que si era de carácter culto, se denominaba planto.
En la literatura española los primeros ejemplos de plantos son de carácter épico y clerical. En el Cantar de Roncesvalles, Carlomagno dirige sendos plantos a Turpín, Oliveros y Roldán:
En ese momento oíd lo que dirá el rey,
Dice: «Muerto está mi sobrino, el bueno de don Roldán!
Veo aquí una cosa que nunca vi tan grande;
era yo quien debía morir, y vos salvaros
Tan buenos amigos vos me solíais lograr;
Gracias a vuestro amor muchos me solían amar;
ya que estáis muerto, sobrino, me han de buscar todo mal.
bien claro veo algo que sé que es verdad:
que vuestra alma bien sé que está en buen lugar;
Pero este viejo mezquino, ¿ahora qué hará?
He perdido hoy la fuerza con la que solía ganar.
Ay, sobrino mío, ¡no me queréis hablar!
No os veo golpe ni lanzada por los que tuvieseis mal,
por eso no os creo que estéis muerto, don Roldán.
Os dejamos en retaguardia donde sufristeis el mal;
Las mesnadas y los pares ambos van allá
Con vos ¡ay, amigo, a protegeros con afán!
Sobrino, ¿por eso no me queréis hablar?
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, incluyó un planto a Trotaconventos en el Libro de Buen amor:
¡Ay, Muerte! ¡Muerta seas, bien muerta y malandante!
¡Matásteme a mi vieja! ¡Matárasme a mí antes!
Enemiga del mundo, no tienes semejante:
De tu memoria amarga nadie hay que no se espante.
Y no podemos olvidar el planto de Pleberio, padre de Melibea, tras la muerte de su hija en La Celestina:
PLEBERIO. […] ¡O vida de congoxas llena, de miserias acompañada! ¡O mundo, mundo! Muchos mucho de ti dixeron, muchos en tus qualidades metieron la mano, a diuersas cosas por oydas te compararon; yo por triste esperiencia lo contaré, como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquél que mucho ha fasta agora callado tus falsas propiedades, por no encender con odio tu yra, porque no me secasses sin tiempo esta flor que este día echaste de tu poder. Pues agora sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquél a quien tu compañía es ya enojosa,como caminante pobre, que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta boz. Yo pensaua en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden; agora, visto el pro y la contra de tus bienandanças, me pareces vn laberinto de errores, vn desierto espantable, vna morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin prouecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor. Céuasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleytes; al mejor sabor nos descubres el anzuelo: no lo podemos huyr, que nos tiene ya caçadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuydados, a rienda suelta; descúbresnos la celada, quando ya no ay lugar de boluer.
Jorge Manrique es considerado uno de los mejores poetas españoles gracias a las Coplas a la muerte de su padre, un poema compuesto por cuarenta estrofas en las que se refiere a la brevedad de la vida, a la vanidad de las cosas y finalmente recogen el elogio fúnebre del maestre don Rodrigo, su padre, que sirven para asegurar la continuidad de su fama:
No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga,
de la fama gloriosa
acá dejáis.
A partir del romanticismo, la elegía adquiere sus características modernas. Y entre la poesía española se encuentran algunos clásicos del género, como el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca o la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández.
En su poema, Lorca llora al torero Ignacio Sánchez mejías, amigo suyo y de otros poetas de su generación y con ello hace perdurar a ese amigo muerto:
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
En El rayo que no cesa incluye Miguel Hernández la elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé:
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
En español hay otras elegías, quizás menos conocidas, como Oda a Federico García Lorca escrita por Pablo Neruda:
Si pudiera de noche, perdidamente solo,
acumular olvido y sombra y humo
sobre ferrocarriles y vapores,
con un embudo negro,
mordiendo las cenizas,
lo haría por el árbol en que creces,
por los nidos de aguas doradas que reúnes,
y por la enredadera que te cubre los huesos
comunicándote el secreto de la noche.
O la Elegía ininterrumpida de Octavio Paz:
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.