(edición de Leonor Fleming)
Esteban Echeverría pertenece al grupo de 1837, que sentó las bases de la sociedad argentina. Tras una adolescencia bohemia y de conocer París, queda deslumbrado por esta ciudad al mismo tiempo que siente la necesidad de mirar su propia realidad nacional. Escribe entonces El matadero y La cautiva. La primera de ellas se anticipa a su época y desarrolla líneas que seguirá la literatura argentina. La elección de un ambiente marginal contribuyó al éxito de la novela.
Durante su etapa en París, desde 1825 a 1830, Echeverría recibe la influencia del romanticismo y del socialismo utópico.
En la obra de este autor las mejores páginas tanto literariamente como desde el punto de vista del riesgo estético son las que presentan un mundo bárbaro, como el de la violencia tosca de El matadero.
La visión del conflicto entre unitarios y federales en El matadero responde lógicamente a la interpretación del autor. Con su obra literaria, Echeverría quiso dar testimonio de su época y creó un objeto de arte autónomo de la realidad referencial. La problemática de la época apareció en sus textos exacerbada y contradictoria.
Se puede hablar de dos etapas en la producción de Echeverría: la década porteña y la década del exilio. En la primera, de juventud, introdujo en el río de la Plata la revolución romántica, lo que supuso el alejamiento de los modelos literarios españoles y la incorporación de la naturaleza y la temática locales. Se trata de un movimiento de renovación estética y de compromiso político que atribuye a la poesía una función social y, en la narrativa, inaugura un realismo comprometido y testimonial. En la década del exilio sigue trabajando, pero sin superar los logros anteriores.
Echeverría escribe El matadero entre 1839 y 1840, cuando le llegan rumores de vejaciones en la ciudad, pero con tiempo para la reflexión y la corrección. La obra fue publicada póstumamente en 1871.
El principal mérito de El matadero es describir las posibilidades estéticas de un rincón del suburbio bonaerense, su atmósfera cargada de violencia y la lengua irreverente de sus personajes.
El autor elige la franja limítrofe del suburbio, a medio camino entre lo rural y lo urbano. El matadero es la síntesis de esa frontera, el vértice del conflicto entre los ecos ciudadanos de “la gran aldea” y el “campo desaforado” que comenzaba allí. Esta elección de Echeverría era audaz para la época. El autor conocía directamente esos ambientes y allí encuentra un elemento de originalidad.
El conflicto entre civilización y barbarie ya estaba presente en el drama romántico de Echeverría. El joven que encarna la urbanidad civilizada es maltratado y muerto por la “chusma” del matadero, que representa la brutalidad rural que sofoca el desarrollo de la ciudad.
El escepticismo está en el matadero en el que finalmente el unitario, símbolo de lo civilizado, muere ante la mirada impávida de quienes aparecen como las verdaderas víctimas de la estupidez y la ignorancia.
En la obra la fricción se traslada a la propia ciudad, entre su élite cultivada (el unitario) y su arrabal miserable y violento (el matadero).
El matadero es una alegoría del país ensangrentado y el autor antepone las exigencias del país a sus propias adhesiones o antipatías. Esa equidad está insinuada en la desmesura del matadero. Y así la destreza y el coraje aparecen con cierta estima.
La reivindicación del campo y del gaucho, en antagonismo con el poder federal, aparece también en la obra. La rudeza de las acciones, condenadas abiertamente por el narrador, no ocultan cierta simpatía por la habilidad de los jinetes o de los enlazadores y por el coraje del criollo que mata al toro enfurecido.
Hay una intención soterrada de reivindicar algunas virtudes del gaucho, aunque ese mundo esté corrompido.
En sentido estricto, este relato solo tiene dos personajes: el joven unitario y Matasiete. Son antitéticos, además de antagonistas. Matasiete es el personaje logrado, caracterizado por su propia acción y definido con el escueto epíteto (“degollador de unitarios”) con que lo presenta el coro de la comparsa del matadero. Su silencio y su acción (“no hablaba y obraba”) lo encarnan en una individualidad. Es un personaje diestro, corajudo, implacable y carismático; además es ágil, fuerte e impulsivo y sabe imponer respeto dentro de la norma brutal del matadero.
Prefigura dos tipos de la literatura posterior: por un lado, el arquetipo urbano del suburbio en sus distintas versiones y, por otro, el gaucho de la pampa.
Su oponente, el joven unitario, es aún el héroe del romanticismo, un arquetipo al servicio de una idea que neutraliza sus posibilidades como agente del relato. No tiene nombre propio porque su “yo” es genérico. No ahorra parrafadas, con lo que se consigue un héroe de cartón piedra, un personaje desleído. El lector no lo ve con simpatía y le cuesta solidarizarse con su causa (aunque sea justa en la moral del relato).
En cierto sentido, es un personaje autobiográfico y encarna la cara prestigiosa que le hubiera gustado cultivar a Echeverría. El escritor se identifica con el unitario maltratado que “revienta” de orgullo e impotencia. Seducido por el puñal ensangrentado de Matasiete, el autor acepta el sacrificio por el país en una muerte patriótica, romántica y ejemplar.
El juez del matadero, al que también se podría destacar, es una figura plana del decorado que componen muchachos, carniceros, pialadores o curiosos. Al final adquiere un rasgo distintivo cuando abandona la casilla “cabizbajo y taciturno” porque él es el responsable de lo sucedido. El juez descarga su conciencia de verdugo inculpando a la propia víctima: “queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado en serio”.
Los personajes están sometidos a leyes rígidas de comportamiento de las que no pueden evadirse. No hay remordimiento porque este implicaría solidaridad y sentimiento de responsabilidad.
El resto de personajes crea el ambiente tragicómico donde se desarrolla el drama. Son una especie de telón de fondo en movimiento. Los episodios del inglés avasallado o el chico degollado por el lazo destacan por la acción, más que por los personajes. Ambas anuncian la dureza de acciones posteriores y la muerte del unitario. El coro destaca por la fuerza de su lenguaje soez.
El juez es una especie de director de orquesta que da entrada a ese grupo o lo silencia de golpe.
La lengua “canalla” sirve para caracterizar a los personajes, para recrear un ambiente marginal y para descubrir las virtudes narrativas de la expresión vulgar.
La denuncia busca los cauces de la ironía y el sarcasmo, pero es más eficaz a través de las voces de los personajes, que ponen en evidencia el drama del unitario vejado y la propia condición de indigencia cultural de la chusma, auténtica víctima de la situación local.
La denuncia es producto del despecho del escritor, involucrado directamente en la situación. Esta indignación pone realismo y espontaneidad en las intervenciones del coro. Y además estos fragmentos destacan por contraste el diálogo enfático del unitario y la afectación en las intervenciones del narrador.
El matadero es una obra de transición que abarca estéticas diferentes y a veces contradictorias (costumbrismo, compromiso político, discurso catártico, planteamiento romántico, técnica impresionista, testimonio social, …).
Los planteamientos del principio se encaminan hacia una acción particular en la que confluyen todas las líneas esbozadas. Del romanticismo tiene un planteamiento moralizante y el héroe ideal y trágico. Del realismo aparece la descripción minuciosa de los objetos. Del naturalismo provienen la elección de los bajos fondos y su relación con los instintos degradados de los personajes. Y hay reminiscencias de la Ilustración en el sarcasmo con que se enfrenta a los poderes político y religioso.
Hay una superposición de estilos y una mezcla de recursos expresivos que dificultan el encuadre de la obra en un género.
Notas de la lectura
– El autor no desea seguir los modelos españoles.
– La acción se sitúa en cuaresma, entre 1830 y 1840.
– Utiliza palabras latinas. También palabras inglesas y localismos.
– El autor nos sitúa en el barrio del Alto de San Pedro, en los suburbios de Buenos Aires.
– Algunos aspectos de fanatismo religioso y superstición aparecen cuando se habla de la inundación que se produjo por la crecida del río de la Plata. El matadero de la Convalecencia estuvo entonces quince días sin reses.
– Hay cierto tono de ironía: la carne es protagonista en las costumbres alimenticias locales. El autor utiliza la ironía crítica (al estilo del personaje de la vieja del Cándido de Voltaire) y narra, con aparente ingenuidad, hechos injustos, violentos y atroces.
– En la descripción del ambiente de la localidad aparecen detalles políticos e históricos. Es cuando nombran por primera vez al juez.
– Una de las escenas principales es la de la decapitación del niño con un lazo, que lanza contra un toro el degollador Matasiete.
– La aparición del unitario se produce a las 12. Hay una descripción del personaje al producirse su encuentro con Matasiete. Comienza entonces el “juicio”.
– El autor expresa su indignación a través del personaje.
– Va a comenzar la tortura, pero antes el unitario muere de rabia.