(Antología para ESO)
– Androcles y el león (fábula recogida por Aulo Gelio en el siglo II):
Un esclavo llamado Androcles tuvo la oportunidad de escapar un día y corrió hacia la foresta.
Mientras caminaba sin rumbo, llegó a donde yacía un león, que gimiendo le suplicó:
-Por favor te ruego que me ayudes, pues tropecé con un espino y una púa se me enterró en la garra y me tiene sangrando y adolorido.
Androcles lo examinó y extrajo la espina, lavó y curó la herida. El león lo invitó a su cueva donde compartía con él el alimento.
Días después, Androcles y el león fueron encontrados por sus buscadores. Llevado Androcles al emperador fue condenado a luchar contra los leones.
Una vez en la arena, fue suelto un león, y este empezó a rugir y buscar el asalto a su víctima. Pero a medida que se le acercó, reconoció a su benefactor y se lanzó sobre él, pero para lamerlo cariñosamente y posarse en su regazo como una fiel mascota. Sorprendido el emperador por lo sucedido, supo al final la historia y perdonó al esclavo y liberó en la foresta al león.
– Fragmento del Sendebar (siglo XIII, adaptación en SM):
Oí decir que un cazador que andaba cazando por el monte halló en un árbol un enjambre, lo cogió y lo metió en un odre que tenía para llevar su agua. Y este cazador tenía un perro y lo traía consigo. Y llevó la miel a un mercader de una aldea que estaba cerca de aquel monte para venderla. Cuando el cazador abrió el odre para mostrárselo al tendero cayó de él una gota y se posó en ella una abeja. Aquel tendero tenía un gato, que dio un salto sobre la abeja y la mató; el perro del cazador dio un salto sobre el gato y lo mató; vino el dueño del gato y mató al perro; entonces se levantó el dueño del perro y mató al tendero porque le había matado al perro; entonces vinieron los de la aldea del tendero y mataron al cazador, dueño del perro; vinieron los de la aldea del cazador a los del tendero, se enzarzaron unos con otros y se mataron, de forma que no quedó ninguno; y así se mataron unos a otros por una gota de miel.
– El cuento de las mentiras (Hermanos Grimm):
Voy a contaros una cosa. He visto volar a dos pollos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y suavemente, mientras una rana devoraba una reja de arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés. Tres individuos, con muletas y patas de palo, perseguían a una liebre; uno era sordo; el otro, ciego; el tercero, mudo; Y el cuarto no podía mover una pierna. ¿Queréis saber qué ocurrió? Pues el ciego fue el primero en ver correr la liebre por el campo; el mudo llamó al tullido, y el tullido la agarró por el cuello. Unos, que querían navegar por tierra, izaron la vela y avanzaron a través de grandes campos, y al cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron. Un cangrejo perseguía una liebre, y a lo alto de un tejado se había encaramado una vaca. En aquel país, las moscas son tan grandes como aquí las cabras. Abre la ventana para que puedan salir volando las mentiras.
– La casa encantada (anónimo):
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó.
Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano. Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tiró de la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
-Espéreme un momento -suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamada.
-Dígame -dijo ella-, ¿se vende esta casa?
-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
– El gesto de la muerte (Jean Cocteau):
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
– ¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
– Disparatorio, 7 (Gabriel García Márquez, 1948-1952, recogido en Textos Costeños):
A alguien se le ocurrió leer una novela de policía al revés, de la última página a la primera, y averiguó quién fue el asesino que descubrió a la víctima que había asesinado a un detective.
– Hablaba y hablaba (Max Aub, 1957, incluido en el volumen Crímenes ejemplares)
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además, hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
– El dinosaurio (Augusto Monterroso, 1959):
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
– El enviado (Jesús Abascal, 1968):
Corrió hacia la boca del pozo como un desesperado. De las profundas aguas de su interior, a más de un centenar de pies de la superficie, los quejidos se hacían más prolongados y estremecedores. Moisés se inclinó sobre el brocal de piedras y asomó la sudorosa cabeza por el oscuro círculo. Abajo, alguien se ahogaba. Con sólo echar una soga el infeliz podría salvarse. Moisés tenía en sus manos la vida de aquel hombre. Afirmándose con cuidado en las piedras, Moisés gritó con decisión: » ¡Hermano, no te angusties más, que tu agonía ha terminado!» Al escuchar este mensaje redentor el desdichado inmerso columbró un luminoso rayo de esperanza. Y con la voz ronca y entrecortado sollozo con una inmensa gratitud:
«¡Gracias, Dios mío, por oír mis plegarias!» Entonces Moisés, instrumento del Altísimo, cumplió la promesa que había hecho y tomando entre sus recios brazos una pesada rueda de hierro que había cerca, la dejó caer dentro del pozo. Como no volviera a escuchar ningún otro lamento, Moisés se retiró discretamente para continuar sus labores.
– El niño que gritaba: ¡Ahí viene el lobo! (Guillermo Cabrera Infante, 1976):
Un niño gritaba siempre “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como vivían en la ciudad no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo, pregunté a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reuma. Sin dejar de mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el lobo sino ahí viene Lobo, que era el dueño de casa de inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin (poder o sin querer) pagar la renta. Los que huían no huían del lobo, sino del cobro –o más bien, huían del pago.
Moraleja: ¡El niño, de haber estado mejor educado, bien podría haber gritado “Ahí viene el Sr. Lobo”! y se habría ahorrado uno todas esas preguntas y respuestas y la fábula de paso.