Los centauros eran seres míticos mitad caballos mitad humanos que vivían en la naturaleza. Esa mezcla simbolizaba la unión de la animalidad y la naturaleza con la humanidad y la cultura.
Su origen se sitúa en el deseo que sintió el rey de Tesalia Ixión por Hera. Zeus creó una nube con la imagen de la diosa y de esa unión nació Centauro, padre de estas criaturas. Los centauros se alimentaban de carne cruda y cazaban con palos y piedras, además de utilizar arcos y flechas. Sus costumbres con las mujeres y cuando bebían vino eran brutales.
Fueron invitados a la boda de su primo Pirítoo, rey de los lapitas y amigo de Teseo. Allí se emborracharon e intentaron violar y raptar a la novia y a las mujeres que habían asistido a la ceremonia. Los lapitas consiguieron vencerlos en un combate y los expulsaron de Tesalia. La batalla quedó como un símbolo del triunfo de la civilización sobre la barbarie.
La tradición ha conservado el nombre principalmente de tres centauros: Neso, Folos y Quirón. Los tres representan la parte negativa y positiva de estos seres. Folos y Quirón son ejemplo de sabiduría mientras que Neso es ejemplo de lo doloroso.
El centauro Neso intentó violar a Deyanira, la esposa de Heracles. Este persiguió al ofensor y lo atravesó con una flecha. Antes de morir, Neso convenció a la joven para que recogiera su sangre y la utilizara como filtro amoroso. Deyanira creyó que así conservaría a su esposo para siempre y le dio una túnica con la sangre del centauro. Pero cuando Heracles se la puso, la túnica se pegó a su cuerpo y ardió hasta que el héroe quedó reducido a cenizas.
El centauro Folos era amigo de Heracles y se caracterizaba por su hospitalidad y sabiduría.
Quirón, por su parte, era sabio y famoso por su ciencia, además de por su buen carácter. A este centauro se le confió la educación de héroes como Aquiles o Eneas.
Estos seres míticos han tenido también su correspondiente femenino, aunque con menor tradición. Filóstrato presenta a las centauresas o centáurides en el Monte Pelión como criaturas muy hermosas. Entre ellas destaca Hilónome, que consiguió conquistar al centauro más bello, Cílaro, descrito por Ovidio en el Libro XII de sus Metamorfosis (“la barba era del color áureo”, agradable su cara, “su cuello y hombros y manos y pecho a las alabadas esculturas de los artistas próximos”).
Además de aparecer en los Bestiarios medievales, los centauros han entrado a formar parte de la iconografía, la literatura y el cine. Por ejemplo, Quirón aparece en La divina comedia de Dante como guardián del séptimo círculo del Infierno.
En el siglo XV el autor inglés John Lydgate presenta a Sagitario (“un maravilloso arquero”) en su Libro de Troya.
El poeta francés Maurice de Guérin publicó en 1840 su obra El centauro. En su vejez el centauro recuerda su nacimiento, su aprendizaje, los primeros años “calmos y perfectos”. Le sigue la juventud “colmada de agitación” en que explora la naturaleza y se encuentra por primera vez con un hombre, que le parece una criatura a la que despreciar. Toma conciencia de su vida al notarla correr “hirviente” por su cuerpo. Y ya en la vejez reconoce que se apaga (“muy pronto iré a mezclarme con los ríos que fluyen en el vasto seno de la tierra”).
En Poemas antiguos, de 1895, Leconte de Lisle dedica un poema al centauro (La Robe du centaure). Más que la mitología, en el poema interesa la alegoría por la pasión que domina y consume al hombre. En esta obra se incluye también un poema dedicado a Quirón, que Lisle había escrito hacia 1847. A través del centauro el autor presenta la historia de Grecia.
Quizá la obra más destacada sea la de Rubén Darío titulada Coloquio de los centauros (1887-1908). Los centauros cubren la llanura. Aparecen Quirón (como el líder o maestro), Reto, Abantes, Folo, Orneo, Astilo, Neso, Eurito, Hipea, Odites, Clito, Caumantes, Grineo, Lícidas, Medón y Amico. El poema se compone de treinta y seis estrofas con una introducción descriptiva que sitúa a los personajes que dialogan y una conclusión. A lo largo del poema, Darío trata sobre la naturaleza, la divinidad, la vida, la muerte y la mujer (de quien Hipea dice que conoce “su original infamia”).
El poeta mexicano José Tablada dedicó a este ser mítico El centauro (1894), que presenta lo efímero del encuentro sexual cuando no hay amor.
De 1898 es el poema de Guillermo Valencia titulado San Antonio y el centauro. En él asistimos al encuentro entre el ermitaño y el monstruo que se llama Hippofos (“el último centauro”). En el diálogo que mantienen se presentan como antagonistas, ya que uno es pagano y otro cristiano. El centauro “doliente y silencioso” se alejará mientras el viejo monje borra “en el desierto/ las huellas del centauro…”
En 1905 Luis Urbina publica El baño del centauro. Se trata de un soneto que muestra el encuentro entre una ninfa risueña que muestra “el afán de darse, voluptuosa y huraña” y el centauro al que desea (“de crines amarillas” y torso “moreno y musculado”).
Leopoldo Marechal retoma el tema en su obra de 1940 El centauro, un poema alegórico-filosófico. Se compone de sesenta y cuatro octavillas y presenta una conversación entre el mito y un visitante. El centauro es el habitante solitario de un paisaje silencioso y el “forastero” el hombre que consigue llegar hasta él.
El estadounidense John Updike escribió la novela El centauro sobre la base de la historia de Quirón, aunque situó la acción en la escuela de un pueblo de Pennsylvania. El sabio Quirón es profesor y tiene un hijo adolescente (Prometeo) que se muestra apático.
Quirón será uno de los personajes de la saga de Percy Jackson y los dioses del Olimpo, de Rick Riordan. El centauro será quien haga saber al protagonista que es hijo de Poseidón, el dios del mar.
Los centauros, como unión del hombre y el caballo, se han relacionado con las figuras de los gauchos o de los cowboys, por ejemplo. Esto puede observarse en algunas películas como Los centauros, de 1972. Dirigida por Steve Ihnat, es la historia de una estrella del rodeo que deja de lado a su familia y amigos.
Una versión en el campo andaluz que muestra la rivalidad entre ganaderos fue El centauro, de Antonio Guzmán Merino, estrenada en 1946.
La relación entre el jinete y el caballo aparece también en el corrido mexicano El centauro de oro de Antonio Aguilar. Dedicado a la figura de Pancho Villa, acaba señalando la inmortalidad del personaje, ese “centauro” al que nadie olvida.