La llegada de la democracia en España a partir de 1975 cambió en parte el panorama de la escena española, en la que aparecían la comedia burguesa, los dramas sentimentales, poéticos y realistas, un teatro neovanguardista y los grupos independientes. Junto a esos subgéneros hay un nuevo teatro que intenta devolver a la escena su importancia social. En él encontramos autores simbolistas, de síntesis, que aúnan lo social con lo metateatral y un teatro que incorpora lenguajes como el del cine o el de internet.
En general, a finales del siglo XX, casi todos los autores se dedican también a otros oficios dentro del teatro (son directores, actores, productores, etc.). Predominan en las obras fórmulas teatrales clásicas, con estructuras convencionales. Los personajes afrontan una realidad compleja y hay una combinación de humor y drama, en la que se resuelve el conflicto de forma favorable.
Entre las autoras del teatro de los años 70 y siguientes destaca la figura de Ana Diosdado desde el estreno de Olvida los tambores. En su producción se observan dos etapas, con obras de carácter histórico (historia que sirve para “iluminar” el presente), como Los comuneros, y obras que presentan situaciones de los primeros años de democracia, como Cuplé. En su producción podríamos señalar la obra Los 80 son nuestros, con personajes jóvenes que charlan sobre los problemas que les preocupan.
Destaca en estos años también la importancia de un grupo de dramaturgas, que aportan una visión crítica de la realidad. Aparece la Asociación de Dramaturgas, fundada en octubre de 1986. La idea surgió de la directora de la revista “La Avispa”, Julia García Verdugo, y de Carmen Resino. Intentaba promover el teatro español en general y el femenino en particular. El grupo inicial, además de las autoras citadas, estaba formado por Maribel Lázaro, Pilar Pombo, Concha Romero, Paloma Pedrero, Yolanda García Serrano y Lourdes Ortiz.
Carmen Resino contaba que en La Avispa recalaba el mundillo teatral de los años 60, pilotado por Julia García Verdugo. Allí encontró a Patricia W O’Connor y un “pequeñísimo grupo de mujeres” que también escribía teatro. O’Connor había dedicado un número de la revista Estreno a dar a conocer a las mujeres que escribían teatro en España, en 1984. Y dos años después de constituirse esta Asociación de Dramaturgas publicó un libro sobre el mismo tema (Dramaturgas españolas de hoy. Una introducción).
En general, entre las autoras podían encontrarse temas como la libertad, el poder, el destino de las víctimas, la frustración (como en ¡Mamá, el niño no llora!, de Carmen Resino, obra breve de 1982), la lucha por la identidad o la crítica social. Lo interesante es el conflicto, por lo que el espacio y el tiempo no resultan pertinentes.
El desamor y la lucha por la libertad están presentes en el monólogo de Maribel Lázaro La fosa, de 1986. En la obra se nos muestra la desesperación de una mujer alcohólica. En su libro, O’Connor calificó las obras de Lázaro como “ambiciosas, atrevidas” y con toques de humor negro.
En Pilar Pombo aparece el análisis de los conflictos personales o sociales con propuestas sencillas. Así, podemos señalar en su obra varios monólogos con nombre de mujer que representan diferentes sectores de la sociedad (como Remedios, de 1987).
Concha Romero cultivó el teatro histórico. Su primera obra es Un olor a ámbar, de 1983, en la que se nos presenta el cuerpo incorrupto de Santa Teresa. La figura de Isabel de Castilla protagoniza Las obras de una princesa. Por otra parte, el conflicto destaca en obras como Un maldito beso, en la que aparece el tema de la mujer en el mundo.
Paloma Pedrero destaca en la construcción de dramas psicológicos como La llamada de Lauren y en piezas breves como las incluidas en Noches de amor efímero. En las obras de Pedrero aparece la condensación del tiempo y escenas reducidas, con pocos objetos, en donde se invierten las situaciones. La autora señalaba su predilección por las piezas breves y condensadas para proyectar o conseguir el impacto, un “fogonazo”.
Yolanda García Serrano ha escrito en colaboración en múltiples ocasiones. Su primera obra, de 1983, fue un espectáculo infantil (Bisú, si venció o perdió, lo averiguas tú). Un año después se estrena No hay función por defunción, firmada por varios autores. En 1985 estrena una obra (La llamada es del todo inadecuada) incluida en un espectáculo completo (Las tres gracias), que abordaba con ironía los problemas del hombre contemporáneo. En general, en la obra de Yolanda García Serrano se puede encontrar el humor como un modo de afrontar el dolor. Y en este sentido, se ha relacionado su obra con la del absurdo.
Lourdes Ortiz es novelista y dramaturga. En 1980 publicó la farsa Las murallas de Jericó. En ella se recoge el tópico del mundo como teatro. La fusión de los mitos con lo contemporáneo es uno de los temas preferidos de la autora, tal como ella misma ha señalado. A través del episodio bíblico de Jericó, Ortiz presenta la crisis de valores de la sociedad actual. La obra se compone de un prólogo y tres actos. En el primero, los personajes de Nadie y Razonable se dirigen al público (“Señoras y señores, cerremos los ojos para abrirlos al mundo maravilloso del espectáculo”) como en las piezas clásicas. También Penteo y Fedra presentan esa relación con los mitos clásicos.
Además de este grupo inicial de dramaturgas, aparecen otras figuras relevantes como la de Marisa Ares, que utiliza elementos líricos, narrativos, musicales o de diversos medios de comunicación, en el llamado teatro “involuntario de retaguardia” (expresión recogida por Virtudes Serrano). Los temas que trata Ares se sitúan en tiempos y espacios indeterminados, ajenos a los de la propia historia. Entre su producción podemos señalar Anda, empújame.
María Manuela Reina es la autora de La libertad esclava (1984), un diálogo imposible entre Erasmo y Lutero, con la que ganó el premio Calderón de la Barca. Por otra parte, se adentró en el terreno de la alta comedia con títulos como Alta seducción (1989).
Desde la década de 1990 las obras se caracterizan por una estética realista que rehúye el costumbrismo. Hay una primacía de la palabra, que lleva a abandonar lo experimental. Los temas son temas universales, complejos, y aúnan lo social y lo existencial. Las salas alternativas cobran gran importancia.
En los años 90 encontramos a Lluïsa Cunillé, que escribe tanto en catalán como en castellano. Entre sus obras podemos señalar Rodeo, estrenada en 1992, que obtuvo el premio Calderón de la Barca. Según la autora, se trata de una obra cotidiana, en la que se muestra el paso del tiempo y la ambigüedad.
Dulce Chacón dirige una mirada crítica hacia la realidad social. Como dramaturga escribe Segunda mano, de 1998.
Entre las nuevas generaciones encontramos a Marta Buchaca (una de sus obras más famosas es Las niñas no deberían jugar al fútbol, calificada como un gran thriller psicológico).
En la actualidad hay un nutrido grupo de mujeres escritoras, directoras y empresarias en el panorama teatral. Muchas de ellas han creado la Liga de Mujeres Profesionales del Teatro (LMPT), que funciona en España desde 2016.