El teatro del absurdo
Durante el siglo XX el teatro se renovó más lentamente que los otros géneros, debido en gran parte a la resistencia a las novedades de empresarios y público. Sin embargo y, a pesar de ello, aparecieron algunas innovaciones que modificaron el desarrollo y puesta en escena de las obras. Al apartarse del realismo del siglo XIX, se dio cabida a lo onírico y lo absurdo, se produjeron rupturas de espacio y tiempo, se buscó tanto el distanciamiento como la participación del público y se incluyeron novedades escenográficas.
Entre las diferentes corrientes teatrales del siglo XX aparecía el teatro tradicional, un teatro social, un teatro independiente y un teatro existencial. Este último se centraba en los conflictos interiores del ser humano y, cuando abandonó la lógica, dio paso al llamado teatro del absurdo. A través de la incoherencia y el disparate mostraba una visión pesimista del mundo y del hombre. Ionesco escribía sobre el absurdo mostrándolo como “todo aquello que no tiene un propósito, un fin”.
Este teatro del absurdo aparece en los años 50 en Francia. Abandona la reflexión y la lógica para enfrentar al espectador a argumentos disparatados, personajes vacíos y diálogos incoherentes, que en realidad son monólogos, con preguntas a las que no se puede responder. Se incorporan a la acción además elementos extraliterarios e incluso antiliterarios, aunque algunos de ellos entroncan con la tradición (como es el caso del bufón). Esta corriente del absurdo bebe del circo, la revista, los mimos o los toreros bufos. Pero también es muy importante la influencia del music-hall americano y del cine mudo, principalmente de Chaplin o Keaton. Entre los elementos escenográficos podían encontrarse cuadros colgados contra la pared o relojes que marcaban horas distintas a las que sonaban.
Entre los espectadores se buscaba la reflexión acerca de si merecía la pena vivir en un mundo así de disparatado.
Entre los cultivadores de este teatro destacan Eugene Ionesco y Samuel Beckett (otros autores importantes serán Jean Genet, Arthur Adamov, Harold Pinter y Edward Albee) y dos obras marcan el nacimiento oficial del teatro del absurdo: La cantante calva y Esperando a Godot, estrenadas en 1950 y 1953 respectivamente.
Eugene Ionesco plantea en sus obras, en clave simbólica, los grandes problemas existenciales del ser humano. El pesimismo que emana de ellas queda envuelto en la ironía y el humor. Entre sus obras destacan La cantante calva, La lección, Las sillas y Rinoceronte. En la primera de ellas se produce la paradoja de querer comunicar lo incomunicable. El lenguaje se convierte en ineficaz, en un instrumento de incomunicación. Se nos presenta una farsa disparatada en la que no aparece ninguna cantante, sino dos matrimonios, un bombero y una criada. La charla estúpida que mantienen entre ellos se convierte en una sucesión de gritos y es que, como dice el autor, estos personajes “no pueden hablar porque ya no pueden pensar”.
La lección se estrenó en 1951. En ella se plantea una situación trágica, aunque el autor lo llama “drama cómico”: se trata de una simple lección que se transformará en autoritarismo. El profesor protagonista tortura a su alumna (una joven estudiante de bachillerato) sometiéndola a deformaciones lingüísticas en una lección cada vez más compleja que la alumna no llega a comprender. Ella va perdiendo su vitalidad y él aumenta su agresividad, hasta que finalmente la apuñala. Un muro de incomunicación lleva a la destrucción y a la autodestrucción.
Un año después se estrena Las sillas, metáfora de la soledad y la desesperanza, con dos protagonistas viejos y aislados que, antes de suicidarse, quieren enviar un mensaje de salvación. Pero el escenario acaba lleno de sillas vacías y el orador a quien han confiado su mensaje resulta ser sordomudo.
Rinoceronte es una alegoría sobre la deshumanización. En ella todos los habitantes de una ciudad por egoísmo, hipocresía o violencia, se han transformado en paquidermos, salvo uno que, sin embargo, desea seguir a los demás.
Samuel Beckett utiliza temas existenciales y elementos vanguardistas en la escena. En general escribió sobre el fracaso del hombre, la desolación, el vacío o la absurda esperanza. Sus personajes son seres solitarios que solo hablan y esperan, aunque no saben qué esperan ni para qué. Su obra Esperando a Godot, una tragicomedia en dos actos, muestra a dos vagabundos (Vladimir y Estragón) que esperan durante dos días, junto a un camino, a alguien llamado Godot. Pero esperan en vano. Además de los protagonistas, aparecen otros tres personajes: Pozzo y su esclavo Lucky y un muchacho que anuncia que Godot vendrá mañana. No hay ningún hecho relevante, solo hay tedio.
En 1957 se estrenó Final de partida. En ella desaparece la pequeña esperanza de la obra anterior. En Esperando a Godot los dos personajes esperaban juntos, pero en Final de partida el amo Hamm y el criado Clov se odian. La acción transcurre en un interior gris y sin muebles. Solo dos ventanucos los comunican con el exterior, se supone que uno por el que se ve el mar y otro por el que se ve el campo. Nagg y Nell, los padres de Hamm, están dentro de cubos de basura, semienterrados, y levantan de vez en cuando la tapa para hablar de recuerdos o pedir alimento. Beckett nos presenta un mundo en el que nunca pasa nada.
Jean Genet volcó sus experiencias y obsesiones en sus obras, donde se presenta la amoralidad y se critica violentamente a la sociedad. En Las criadas presenta a dos sirvientas (Claire y Solange) que, en ausencia de los dueños de la casa, juegan a ser señora y criada. Pero al comenzar la obra, el espectador ignora el juego y solo al saber que llegará la señora, comprende que Claire usurpa su lugar. Las criadas traman la muerte de la señora y Claire, asumiendo su papel hasta las últimas consecuencias, toma el veneno que habían preparado mientras Solange se debate entre la sorpresa y la admiración. Con esta obra, Genet presenta la humillación de quienes sirven a otros y a un sistema de valores opresores.
De los autores del absurdo, quizá el que manifiesta mayor inquietud social es Adamov. Su obra más importante es Ping-pong, de 1955. La propiedad, el dinero o el maquinismo sirven para que los poderosos opriman a sus semejantes. Los débiles son reducidos a la miseria, por lo que Adamov propone la lucha de clases.
Harold Pinter aísla a sus personajes en espacios deprimentes, con una atmósfera que los oprime y que amenaza con destruirlos. Entre sus obras destaca Viejos tiempos, un drama que muestra a través de tres personajes cómo la imaginación influye en los recuerdos. El matrimonio formado por Deeley y Kate y su amiga Anna intentan indagar en sus vidas para conocerse. Pero no tienen éxito.
Edward Albee escribió ¿Quién teme a Virginia Woolf?, en la que un matrimonio maduro, que ha invitado a otro joven, saca a relucir sus defectos con un odio y violencia crecientes. Cuando el matrimonio joven se marcha, Martha y George tienen que enfrentarse de nuevo a su soledad. El lenguaje de los personajes, como en las otras obras mencionadas, solo sirve para demostrar la imposibilidad de la incomunicación.