En una narración los hechos se pueden contar en primera o en tercera persona. Si se cuentan en primera persona, la voz narrativa puede ser la del personaje principal (narrador protagonista), la de alguien que interviene en la historia como observador o como personaje secundario (narrador testigo) o bien se puede relatar la historia que se ha conocido a partir de otras fuentes o testimonios (narrador cronista).
Como ejemplo de narrador protagonista tenemos Trafalgar, de Benito Pérez Galdós:
Yo nací en Cádiz, y en el famoso barrio de la Viña, que no es hoy, ni menos era entonces, academia de buenas costumbres. La memoria no me da luz alguna sobre mi persona y mis acciones en la niñez, sino desde la edad de seis años; y si recuerdo esta fecha, es porque la asocio a un suceso naval de que oí hablar entonces: el combate del cabo de San Vicente, acaecido en 1797.
Un narrador testigo lo encontramos en las novelas de Arthur Conan Doyle:
No ocultaré mi sorpresa ante la eficacia que otra vez evidenciaban las teorías de Colmes. Sentí que mi respeto hacia tamaña facultad adivinatoria aumentaba portentosamente.
Y el narrador cronista aparece en Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez:
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.
Por otra parte, los hechos se pueden narrar desde la perspectiva parcial de un personaje o desde una perspectiva total, en cuyo caso se habla de narrador omnisciente, que conoce todo sobre la historia, los pensamientos y los sentimientos de los personajes. La omnisciencia selectiva se produce cuando la historia o el episodio están contados en tercera persona, pero desde el punto de vista de uno de los personajes.
Hay otras muchas técnicas narrativas que emplean los autores para dar forma a la historia. Estas pueden afectar al orden en la presentación de los hechos, al ritmo de la narración, a la multiplicación de planos narrativos o a la introducción de las palabras y los pensamientos de los personajes.
En lo que se refiere al orden temporal, cuando los hechos se disponen cronológicamente, en el orden en que ocurrieron, se dice que la narración es lineal.
Así ocurre a menudo en, por ejemplo, los cuentos infantiles, como La Cenicienta de los hermanos Grimm:
Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: «Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado.» Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.
Pero en muchas obras se produce un desajuste entre el orden en el que suceden los acontecimientos (fábula) y el orden en que el narrador los presenta (trama). Esta ruptura del orden lineal se denomina anacronía y se concreta en tres técnicas narrativas: analepsis, prolepsis y comienzo in medias res.
La analepsis aparece cuando el narrador o un personaje interrumpe el orden cronológico y da un salto hacia atrás en el tiempo para contar hechos del pasado.
En Pedro Páramo, de Juan Rulfo, el narrador interrumpe la escena cuando se encuentra en Comala para explicar dónde había estado el día antes:
Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos las tardes […] Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.
La prolepsis consiste en la anticipación de hechos posteriores. Encontramos un ejemplo en la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, cuando en el inicio el narrador anticipa lo que le sucederá a uno de los personajes:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río.
Mediante la técnica “in medias res”, la narración se inicia en mitad de la acción. Ejemplos de esta técnica se encuentran en la Eneida de Virgilio (comienza cuando Juno intenta impedir que Eneas llegue a Italia), la Odisea de Homero (cuenta lo que ocurre en Ítaca cuando Ulises no está), el Cantar de Mío Cid (carece del comienzo) o en muchos romances del romancero viejo (empiezan de lleno en el conflicto o nudo).
Por otra parte, la coexistencia de varios niveles narrativos o de varias narraciones que avanzan en paralelo en una misma obra da lugar a diversas técnicas, como las del relato enmarcado, el manuscrito encontrado o el contrapunto.
Mediante la técnica del marco narrativo o relato enmarcado, en la historia principal se inserta la narración de uno de los personajes. Si ese relato enmarcado sirve a su vez de marco para una nueva narración, nos encontramos ante la estructura de cajas chinas.
Encontramos ejemplos de esta técnica en Las mil y una noches (donde Scherezade cuenta a su esposo el sultán varios relatos a lo largo de esas noches) o El conde Lucanor (donde los cuentos sirven para que Patronio aconseje al conde).
En el manuscrito encontrado el relato principal es, supuestamente, el contenido de un manuscrito hallado por el narrador o por un personaje.
Este recurso es empleado, por ejemplo, por Cervantes en el Quijote, donde el sabio Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, será el autor del manuscrito que recoge la historia del caballero.
Mediante el contrapunto se desarrollan alternativamente diversas historias o líneas argumentales. Se trata de una técnica que aparece tempranamente, pero que se utilizará sobre todo a partir del siglo XX. En este sentido se inicia como técnica vanguardista en Contrapunto de Aldous Huxley. Encontramos un ejemplo en el capítulo VII del Ulises de Joyce:
Corny Kelleher cierra su libro diario; el P. Commee sube a un tranvía; un marinero se desliza por la esquina; Boody y Ratey toman la sopa en la cocina llena de humo; la chica rubia prepara una cestilla de flores; la mecanógrafa Dunne escribe y atiende el teléfono…
Si tenemos en cuenta el ritmo de la narración, la relación entre el tiempo de la historia (el que transcurre para los personajes) y el tiempo del discurso (el que transcurre para el receptor durante la lectura), encontramos cuatro movimientos narrativos: la escena, el resumen, la digresión y la elipsis.
La escena suele darse en pasajes dialogados y en ella el tiempo de la historia se corresponde con el del discurso.
En el resumen el tiempo de la historia es mayor que el del discurso, de manera que horas, días o años de la historia se condensan en unas frases.
En las pausas el narrador detiene la acción para insertar descripciones o reflexiones. El tiempo del discurso es mayor que el de la historia.
Mediante la elipsis se omiten algunos sucesos de la historia. El lector puede deducirlas y pueden ser recuperadas mediante la analepsis.
En general el ritmo de la narración se acelera en los resúmenes y se detiene en las descripciones y digresiones.
Por último, recordemos que para reproducir en el relato las palabras y pensamientos de los personajes, el narrador puede recurrir a estrategias como el estilo directo, el indirecto, el indirecto libre y el monólogo interior o corriente de conciencia.
Mediante el estilo directo las palabras del personaje se transcriben literalmente. Estas palabras pueden ir introducidas por un verbo declarativo como “decir” o “afirmar”.
En el estilo indirecto es el narrador quien cuenta lo que el personaje dice o piensa, para lo que se utiliza un verbo declarativo y algunas transformaciones.
En el estilo indirecto libre el narrador refleja en tercera persona los sentimientos o pensamientos del personaje, introduciéndose en su conciencia e incorporando sus propias formas de expresión, utilizando por ejemplo interjecciones o exclamaciones. Encontramos esta forma en por ejemplo Coronación de José Donoso:
Cierta noche Andrés escuchó un agitarse inusitado en el cuarto debajo del suyo. Algo sucedía. Su atención se adhirió a la voz de su abuela que se quejaba suavemente al comienzo, y que después dio un débil gemido de dolor. Sobrecogido, se sentó al borde de su lecho, con sus pies metidos en las pantuflas. Aguardaba. ¿Y si su abuela muriera? ¿Si muriera allí mismo, ahora, esta noche? Sensibilizados de pronto, sus nervios vibraron a lo largo de todo su cuerpo… ¿No sería esa la solución de todo?
Por último en la técnica del monólogo interior o corriente de conciencia los pensamientos del personaje se expresan directamente, en primera persona, tal como se generarían en su mente, de un modo desordenado y caótico.
En Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, encontramos un ejemplo de las reflexiones de un personaje que intenta superar el miedo de estar en la cárcel acusado de homicidio:
Solo aquí, qué bien, me parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera de tantas preocupaciones, fuera del dinero que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me tenía que casar, fuera de la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían que estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía que beber. Si estuvieras así. Mantente ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que estar aquí, en esta altura, viendo cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No caigas. No tengo que caer. Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que me puede para es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo, tranquilo, estoy bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada que desear.
Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo la maté. ¿Por qué? ¿Por qué? Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no fui. No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir.