El teatro español posterior a la guerra civil presenta limitaciones debidas a los condicionamientos políticos o culturales de la época (intereses empresariales, preferencias del público y las limitaciones impuestas por la censura). En el terreno teatral de esta época pueden reconocerse etapas y tendencias paralelas a las que se dieron en la novela y en la poesía.
Durante los años 40 y 50 prevalece la continuación de las tendencias más tradicionales, pero se advierte la búsqueda de otros caminos, entre los que destaca el teatro existencial. Ya en la década de los 50 aparece un teatro realista y social, con propósitos de denuncia hasta donde tolera la censura. En los años 60 y 70 se producirán intentos de experimentación, manteniendo la carga crítica. La llegada de la democracia, a partir de 1975, elimina buena parte de los obstáculos mencionados.
El teatro de la primera posguerra cumplió básicamente dos funciones: entretener (el público prefería el esparcimiento a la evocación de la tragedia reciente) y transmitir ideología. Así se negaron las aportaciones más relevantes de la preguerra, como el teatro de Valle o Lorca; se estrenaron obras que exaltaban los valores de los vencedores y se programaron autores clásicos como Calderón, Lope o Zorrilla. Se estableció un férreo control sobre las obras nuevas y los repertorios, ocasionando la autocensura de los dramaturgos. Pese a ello, la actividad teatral fue muy abundante.
En toda esta producción se pueden señalar diferentes tendencias, como la comedia burguesa, en la línea del teatro benaventino (caracterizada por la perfecta construcción y ciertas dosis de humor y ternura, que tratan el amor, la familia y el hogar). Algunos de los autores más relevantes fueron Joaquín Calvo Sotelo (Una muchachita de Valladolid y La muralla) o Víctor Ruiz Iriarte (El puente de los suicidas). Durante los años 60 esta tendencia contará con Jaime Salom, autor de comedias de gran éxito como La casa de las chivas, en la que se presentan varios personajes enclaustrados en una casa y que se ambienta en la guerra civil.
Otra de las tendencias de la época fue el teatro de humor, en el que destacan dos autores: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. El primero escribe comedias de humor inverosímil, llenas de personajes en constante movimiento, que representan una sociedad feliz cuyos objetivos son el amor y el dinero. Entremezcla en ellas el humor verbal y el de situación. Obras suyas son Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada y Los habitantes de la casa deshabitada. Miguel Mihura denuncia en sus comedias lo absurdo de la vida cotidiana, la vaciedad de los tópicos y las convenciones sociales que impiden al hombre ser feliz. Distorsiona la realidad por medio de la imaginación y la fantasía poética, y gusta de los asuntos policíacos. Al igual que Poncela, se convierte en un precedente del teatro del absurdo. Su obra más conocida es Tres sombreros de copa (estrenada en 1952). A ella se suman Maribel y la extraña familia o Ninette y un señor de Murcia.
Hubo también un teatro renovador anterior a la guerra, una corriente que se vio cortada por las circunstancias históricas. A partir de 1940 destacan dos autores en este teatro innovador que resultó muy fecundo, sobre todo acabada la guerra civil. Y aunque los dos se encuentran entre los españoles del exilio, Casona y Max Aub se vieron afectados de forma distinta por el conflicto bélico. El teatro del primero se caracteriza por el conflicto entre realidad y fantasía (como en La sirena varada). En el exilio estrenará La dama del Alba o La casa de los siete balcones. Max Aub, por otra parte, no pudo evitar que el trauma de los acontecimientos condicionara su producción. En Morir por cerrar los ojos, de 1944, los problemas individuales son representativos de un drama colectivo. El título señala que no se pueden cerrar los ojos ante el avance de un régimen injusto y dictatorial por temor, ya que acabará aniquilándonos.
También aparece un teatro grave, preocupado, inconformista, que se inserta, al principio, en una corriente existencial. Dos fechas resultan claves: 1949, con el estreno de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, y 1953, en que se representa Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Con ellas nació una corriente realista que es lo más destacable de la década siguiente, y que se extiende más allá de los años 70.
Como señalábamos, con el estreno en 1949 de Historia de una escalera comienza la producción teatral de Antonio Buero Vallejo y se introduce en el teatro español una nueva tendencia basada en el compromiso con la realidad y la renuncia al teatro de evasión que se venía representando. El éxito que alcanzó esta obra era desconcertante. La problemática social aparecía en un drama después de mucho tiempo y ello planteando la imposibilidad de mejoramiento. A partir de 1958, Buero romperá con las técnicas realistas tradicionales y hará aparecer nuevas formas escénicas (escenario múltiple, rupturas del tiempo o símbolos complejos). Los temas fundamentales del teatro de Buero Vallejo son el paso del tiempo, su acción corruptora, la frustración, la búsqueda de la verdad y la rebeldía.
En 1953 sale a escena la obra Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Este autor formó el Teatro de Agitación Social. La obra mencionada muestra la rebelión contra la autoridad que induce a una guerra que nadie entiende. Otras obras suyas son La sangre y la ceniza o La taberna fantástica, de tono esperpéntico.
Un grupo de autores jóvenes, siguiendo los planteamientos realistas iniciados por Buero y Sastre, ofrecen a lo largo de la década siguiente una propuesta teatral caracterizada por tener una clara actitud de denuncia de las injusticias sociales y de la alienación del individuo en muchas profesiones. Se vale de un realismo directo y crítico que tiene al pueblo como protagonista y se inspira en la visión esperpéntica propia del teatro de Valle Inclán. Adopta un lenguaje sin eufemismos que se aleja del refinado lenguaje de la alta comedia. Se trata de una lengua directa, en la que aparecen formas populares y coloquiales, voces malsonantes o exclamaciones. Entre las obras que los tratan destacan la intolerancia de las sociedades provincianas, el fracaso personal y la falta de solidaridad, la alienación de los hombres con un trabajo burocrático (El tintero, de Carlos Muñiz), y los problemas de desarraigo producidos por la emigración (La camisa, de Lauro Olmo).
Otras obras interesantes son La madriguera (1960), de Rodríguez Buded, que presenta la degradación y la angustia de unos seres obligados a compartir la misma habitación, o Las arrecogías del beaterío de Santa María Egipciaca, de Martín Recuerda, sobre los últimos momentos de Mariana Pineda.
Un autor de difícil clasificación que inicia su trayectoria dramática en esta época es Antonio Gala que comenzó su dramaturgia con Los verdes campos del edén (1963). Durante los años setenta, Gala goza reiteradamente del favor del público con obras como Anillos para una dama. Posteriormente, representa nuevas obras con éxito comercial, pero no siempre de crítica. Las obras de Gala se caracterizan por su tono poético y un fondo cargado de simbología.
Se buscan nuevas formas dramáticas, la experimentación formal es intensa en un grupo de escritores que consideran agotado el realismo social y se reclaman autores de un nuevo teatro. Este nuevo teatro o teatro experimental se definirá, sobre todo, por su oposición estética a los realistas, aunque muchas veces las obras tampoco están exentas de crítica social ni encontraron facilidades para ser representadas, tanto porque chocaron con la censura, como porque sus audacias formales no encontraron eco en un público amplio.
Este teatro experimental conecta con la tradición vanguardista teatral que consideraba el teatro como un espectáculo en donde el texto literario es solo un ingrediente más y no necesariamente el elemento central de la representación. De ahí la importancia que adquieren los efectos especiales, la escenografía, los objetos, el vestuario, la mímica o la expresión corporal. Se pretende romper con la tradicional división entre el escenario y los espectadores, convirtiendo la escena en un espacio dinámico que puede invadir la sala e invitar al público a participar en la función e integrarse en ella. Temáticamente, es habitual la denuncia social y política y también la falta de libertad y opresión, la injusticia, la alienación y la sociedad de consumo. Para salvar las dificultades con la censura se utiliza un lenguaje parabólico y símbolos que los espectadores han de interpretar. A veces se prefiere la farsa y el tono grotesco, con una influencia creciente de Valle-Inclán, cuyos textos eran por entonces redescubiertos en los escenarios. Entre los autores de esta corriente, podemos señalar a los vanguardistas, los simbolistas y el teatro independiente. Como vanguardistas encontramos a Fernando Arrabal y Francisco Nieva. Las obras del primero podrían situarse entre el esperpento, el surrealismo y el teatro del absurdo, y podemos destacar El cementerio de automóviles o Pic-Nic. Arrabal es el creador del llamado “teatro pánico”, presidido por la confusión, el humor y la incorporación de elementos surrealistas en el lenguaje. Los temas más frecuentes en sus obras son la sexualidad, la religión, la política, el amor y la muerte. Francisco Nieva, según él mismo, escribió tres tipos de teatro: teatro furioso (Pelo de tormenta), teatro de farsa y calamidad (Malditas sean Coronada y sus hijas), y teatro de crónica y estampa (Sombra y quimera de Larra). Nieva defiende la idea de un teatro liberador, cuya finalidad es mostrar la esencia del hombre.
Los simbolistas se caracterizan por un marcado pesimismo y el uso de la simbología animal. Es recurrente en sus obras el tema del poder opresor y emplean elementos provocadores como la sexualidad, el lenguaje escatológico y la violencia física y verbal. Destaca como autor Luis Riaza con Retrato de dama con perrito.
En cuanto al llamado teatro independiente, hay que destacar el trabajo de grupos, compañías estables que potencian el elemento coreográfico, plástico, mímico o musical, tanto como el literario, lo que disminuye la presencia del autor tradicional. A la muerte del dictador en 1975 existían en España más de cien grupos teatrales, que procuraban llevar el teatro a los diversos rincones del país. Algunas de estas agrupaciones alcanzaron una notable repercusión, como Tábano con Castañuela 70 o Els Joglars con obras como El joc. Con obras de autor o con creaciones colectivas, han llevado a cabo una síntesis entre la tendencia experimental y los elementos populares, y junto a enfoques críticos, se preocupan por los aspectos lúdicos del espectáculo.
Finalizada la dictadura y eliminada la censura, se crearon diversas instituciones y publicaciones teatrales. Desde 1976 fueron accediendo a las carteleras algunas obras de autores del exilio y otras prohibidas años atrás. También llegaron asiduamente a los escenarios obras de Valle-Inclán y García Lorca. Hay que añadir la proliferación de festivales de teatro, la rehabilitación de edificios teatrales y las representaciones ajustadas a los programas académicos, con las que se atraería a un público joven.