(Apuntes de Toñi García Bernal)
La guerra civil española (1936), el establecimiento de la dictadura franquista (1939), y el largo exilio de muchos intelectuales cortan la evolución natural de la cultura, el arte y la literatura, y los sumen en un aislamiento vigilado por una férrea censura política e ideológica. Tras los primeros años de postguerra, años de poesía arraigada y desarraigada (1940), solo una tendencia anterior a la guerra, la literatura social, se manifiesta hacia 1950; sin embargo, hasta 1968 no se recuperó la Vanguardia y el experimentalismo – salvo el mínimo ensayo del Postismo-. Una vez desaparecida la dictadura en 1975, los escritores optan por evitar la literatura social y olvidan el experimentalismo, recuperando la tradición sin desaprovechar los recursos técnicos recientes.
Dentro de la literatura posterior a la guerra civil, quizá sea la poesía el ámbito en el que hay mayor diversidad y riqueza artística. Ello probablemente se explique porque los censores pensaran que la poesía no era un género de amplio consumo, pues su difusión no trascendía del círculo de minoritarias revistas literarias o de las reducidísimas tiradas de poemarios.
Dejando aparte a los poetas del exilio (entre ellos la mayoría del 27, José Moreno Villa, Juan José Domenchina, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, León Felipe, Pedro Garfias, Juan Gil-Albert…), en los años 40, entre los poetas que no marchan al exilio, encontramos dos posturas calificadas por Dámaso Alonso como poesía arraigada y poesía desarraigada; si bien, no son las únicas del momento. Por otra parte, destaca en esta época la creación de tres revistas: Escorial, Garcilaso y Espadaña, vinculadas a esas tendencias.
Atendiendo a la poesía arraigada, se caracteriza por ser una poesía técnicamente muy bien construida y temáticamente alejada de la problemática existencial y social del momento. Se agrupa en torno a las revistas: Escorial – revista de Falange que pronto se apartó de la simple propaganda para centrarse en el canto a lo cotidiano, familia y Dios incluidos– y Garcilaso, creada con la intención de dar una visión imperial, caballeresca y amorosa de la vida. Dámaso Alonso dirá que los poetas arraigados son los que están conformes con este mundo: Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, José García Nieto… García Nieto será el más fiel representante de la estética garcilasista, con gran influjo petrarquista y una visión muy embellecedora del paisaje. Sin embargo, no todos los autores están tan marcados ideológicamente; así, José Mª Valverde o Carlos Bousoño no parecen estar tan influidos.
«Para otros, -decía Dámaso Alonso- el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad.» Serán los representantes de la poesía desarraigada. El año 1944 es fundamental para la poesía, pues se publican dos libros esenciales, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, y aparece el primer número de la revista Espadaña, que pretende encarnar la reacción contra la poesía conformista de Escorial y Garcilaso. Espadaña, que contaba con autores como Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, José Hierro, Gabriel Celaya y Blas de Otero, quiso rehumanizar la poesía española, iniciando un proceso que desembocaría años después en la poesía social. Dentro de esta tendencia desarraigada de la poesía muchos autores se ocuparon del tema de Dios, pero su actitud fue diferente a la de los poetas arraigados. Blas de Otero ha sido, quizás, el más significativo de los poetas desarraigados, pero pronto abandonará su preocupación por el silencio de Dios y la angustia del individuo para adentrarse en una poesía de contenido más comprometido y social, pues defiende el poder de la palabra y, por tanto, de la poesía.
Por otra parte, otros dos grupos aparecen en esta época: el del entorno de la revista Postismo –abreviatura de postsurrealismo, el último “ismo”- movimiento de vanguardia (1945) fundado por Carlos Edmundo de Ory, que reivindica la imaginación y lo lúdico; y finalmente, el Grupo Cántico, creado en torno a la revista Cántico (1947) inclinado por una poesía de carácter culturalista y barroca, de tendencia intimista. Pablo García Baena es su mejor representante.
Durante los años 50 surge la poesía social. “La poesía es un arma cargada de futuro», dirá Celaya en el poema de Cantos íberos que sirve como manifiesto de esta corriente. La poesía española pasará de la preocupación existencial por los problemas del individuo a una preocupación por los problemas de la colectividad. Es lo que se denomina poesía social: denuncia, realismo, lenguaje para “la inmensa mayoría”.
Durante esta década continúan su labor poética muchos de los poetas de Espadaña. Su poesía se caracteriza ahora por el lenguaje sencillo y coloquial, una mayor preocupación por los contenidos que por la estética, cierto carácter narrativo e incluso una tendencia hacia el prosaísmo. Se concibe la poesía como una herramienta que debe ayudar a la toma de conciencia social de los destinatarios y, en consecuencia, ha de colaborar a la transformación de la realidad. Se reivindica, en oposición a la poesía selecta dirigida a minorías, una literatura cuyo destinatario sea la inmensa mayoría, expresión con la que Blas de Otero se enfrenta al conocido lema de Juan Ramón Jiménez “A la inmensa minoría”.
Los más destacados de los poetas sociales de los cincuenta son: Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya (Las cartas boca arriba, Cantos íberos) y José Hierro (Cuanto sé de mí, Quinta del 42).
El tema de España se convierte en una constante: Que trata de España (Blas de Otero), Cantos Íberos (G. Celaya); España, pasión de vida (Eugenio de Nora), Canto a España (José Hierro), Dios sobre España (Carlos Bousoño). Los poetas sociales tienen numerosos puntos de contacto con la poesía publicada en la revista Caballo verde para la poesía, que Neruda fundó antes de la Guerra Civil.
En la década posterior, la década de los 60, la llamada Generación del 50, Generación del medio siglo o Grupo poético del 50 está constituida por poetas nacidos entre 1925 y la guerra civil: Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, Félix Grande y Francisco Brines, entre otros. Son los llamados “niños de la guerra”, poetas nacidos en el periodo de 1924 a 1936.
Son poetas con actitudes estilísticas muy diferentes que comparten una visión semejante de la realidad y unas actitudes éticas comunes con la poesía social: la preocupación por el hombre, el inconformismo, la denuncia, la injusticia (frecuente en Ángel Valente), el compromiso…, sin perder de vista los temas eternos de la poesía como el dolor, el amor, el tiempo y la muerte.
En general, el cambio viene dado porque empieza a hablarse de poesía como experiencia o conocimiento, frente a la poesía como comunicación de la década anterior. Ello explica que sea habitual la presencia de lo íntimo, el gusto por el recuerdo, la expresión de la subjetividad; en suma, la poetización de la experiencia personal: la infancia y la adolescencia; la conciencia de la transitoriedad humana; el amor, que reaparece dando cauce a la intimidad e incluso al erotismo; y la amistad.
En cuanto al estilo, hay una gran atención al lenguaje y los autores se alejan tanto del prosaísmo de algunos poetas sociales como del tono áspero de la poesía desarraigada, así como del esteticismo formalista de los poetas garcilasistas. Descubren las posibilidades artísticas del lenguaje cotidiano y alejan a la poesía del sentimentalismo exagerado y de la vaciedad retórica. El lenguaje conversacional y coloquial adquiere la categoría de lenguaje artístico. En cuanto a la métrica, predomina el verso libre, aunque no falta el uso esporádico de estrofas clásicas.
Por otro lado, es relevante en la lírica de estos autores su apertura intelectual a muy variadas influencias. Se advierte, en algunos casos, la huella, hasta entonces desconocida en la literatura española, de poetas como T. S. Eliot, Ezra Pound y Constantino Cavafis. Pero lo más significativo es que los modelos literarios de estos poetas son variados. Es reconocible la presencia de la lírica latina, de la poesía inglesa contemporánea, del barroco español, de los poetas del 27 (Aleixandre y Cernuda a la cabeza); sin ignorar a los hispanoamericanos (Vallejo y Neruda) y a Antonio Machado o Hernández. Destaca la obra de Jaime Gil de Biedma recogida bajo el nombre de Las personas del verbo; Ángel González, con Tratado de urbanismo; Claudio Rodríguez con Don de la ebriedad; José Ángel Valente, con A modo de esperanza.
Para terminar este periodo, los Novísimos son un grupo poético que surge hacia finales de los años 60. Se les llama también Generación del 68, aunque el título de Novísimos se lo debemos a José Mª Castellet, que antologó poemas de estos autores y tituló el libro así: Nueve novísimos poetas españoles, en el año 1970. Aquí incluiríamos a Leopoldo María Panero, Ana Mª Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio Colinas y Luis Alberto de Cuenca, entre otros. Estos poetas se dejan influir por las vanguardias del siglo XX, en especial, el Surrealismo, tomando como puentes a Aleixandre y el Postismo. Son culturalistas y exhibicionistas desde el punto de vista cultural. Gustan de experimentar lingüísticamente, mediante un lenguaje rico y barroco; a veces usan la escritura automática, en plan surrealista… Piensan que la poesía es un arte minoritario.