Don Quijote y Sancho Panza sintetizan dos modos de ser en los que viene a resumirse toda actitud humana.
Madariaga, en su obra Guía del lector del Quijote, ha seguido el proceso espiritual de don Quijote y de su escudero. Ambos recorren una curva de dudas y afirmaciones, al cabo de las cuales se verifica entre los dos una completa ósmosis. Se produce la quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote. El escudero, después de un tiempo sirviendo a su amo, comienza a adoptar actitudes de don Quijote. En el capítulo III de la segunda parte, Sansón Carrasco habla de un libro escrito por Cide Hamete Benengeli en el que se escriben las grandezas de los personajes. Sancho, al saber que su nombre ha adquirido fama, nota crecer su orgullo y declara ser “uno de los principales personajes de la historia”. Cree como don Quijote que sus aventuras se verán reconocidas con el paso del tiempo. También en el capítulo V de la segunda parte, el traductor de la obra tiene este pasaje por apócrifo porque “en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio”.
Por otra parte don Quijote va abandonando poco a poco las actitudes de caballero de novela. A lo largo de la obra, va adquiriendo conciencia del mundo real. Viaja con dinero e incluso pide consejo sobre cómo comenzar nuevas aventuras. Cuando se dirigen al Toboso para buscar a Dulcinea y don Quijote ve que no es más que una labradora, culpa del infortunio a un enemigo encantador: “mira hasta dónde se extiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora”.
Madariaga señala que don Quijote va viendo cómo la realidad borra sus ilusiones, mientras que Sancho va llenándose de fantasía y sueños de gloria.
Sobre don Quijote podemos recordar que tan solo bajo la evidencia del solemne ceremonial con que lo reciben los duques, se siente plenamente seguro de sí mismo, como narra Cervantes: Y aquel fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero y no fantástico.
La aventura de la cueva de Montesinos señala un punto crítico en la evolución espiritual de don Quijote: la mezcla de ilusión y realidad no es ya tan completa. Podríamos decir que la fe se ha debilitado.
Advertimos en Sancho una ascensión sostenida en la que hallamos una de las más apasionantes facetas de su rica psicología.
Américo Castro señalaba que Sancho era capaz de una “piadosa simpatía, naturalmente despejado, y muy sagaz aunque ignorante y rudo”. Desde esta base se alza “hacia donde le llaman los cebos y las posibilidades que se le ofrecen: ínsula, monedas de oro, pollinas, títulos de condesa para su hija” Su vida estaba por tanto condicionada por las distintas perspectivas que surgían ante él: la ínsula, el oro y el bienestar.
Por otra parte, a Sancho su buen sentido le induce a ser pacífico. Pero ese egoísmo de adquirir riquezas, ese afán, le nubla la mente a cada paso.
Sancho se esfuerza en hacer creer a su mujer en ínsulas y gobiernos, como con él hacía don Quijote. Y en este sentido podemos recordar el coloquio que se produce cuando don Quijote prepara la tercera salida.
Sancho explica a su mujer que tiene “determinado de volver a servir” a don Quijote: si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.
Sancho y su mujer discuten si el matrimonio de la hija ha de ser con un noble, como pretende Sancho, o con un “su igual” a gusto de Teresa, que le advierte: Traed vos dineros, Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo.