Maetzu publicó en 1925 una de sus obras más significativas, Don Quijote, don Juan y la Celestina. Ensayos de simpatía. En ella el autor utilizaba la literatura clásica española para elaborar unos mitos que sirvieran de base cultural para la regeneración nacional. Don Quijote aquí sería el mito del nuevo amor, el caballero amante de la justicia. En la obra señalaba que “Cervantes se va haciendo a las dificultades de su patria, y cuando las aguas de la desilusión se le entran por la boca, se consuela, en vez de ahogarse, burlándose de sus antiguas ilusiones”.
La interpretación de Maeztu sobre el Quijote explica la obra en función de la biografía de Cervantes y en función de las vicisitudes históricas de la España en la que el Quijote se escribió. Don Quijote es por un lado sublime, ya que representa el idealismo, y por otra es ridícula, ya que se mueve en un mundo que no es el suyo y sus fuerzas no están a la altura de la empresa que pretende.
Leo Gautier, experto estudioso de la caballería consideraba que Cervantes solo atacaba la falsa caballería, la que arremete contra los molinos de viento, pero no la verdadera, “la que sabe morir por una causa verdadera”. Menéndez Pidal contrapone el hecho de que Cervantes conocía la grandeza y nobleza de la caballería épica. En el escrutinio de la biblioteca se salva el Amadís, que es “único en su arte”, pero del que el cura dice que tiene la gran culpa de “ser padre y dogmatizador de la mala secta caballeresca”.
Heinrich Morf en Cervantes y el ideal caballeresco escribía que “la literatura universal no ofrece ningún escritor que iguale a Cervantes en la cordial simpatía hacia aquellos que batallan con las miserias de la vida, es decir, simpatía hacia los hombres todos”. Insiste en la idea de la ausencia de amargura en las páginas de la novela y en el carácter benévolo del humorismo cervantino, que “hace al lector amar al héroe como el autor lo amó”.
La serie de fracasos y humillaciones con que el autor parece abrumar a su personaje, no solo no lo tornan ridículo, sino que aumentan su talla heroica y humana, haciéndosenos a cada nuevo sufrimiento más entrañablemente querido.
Menéndez Pidal recordaba el invencible entusiasmo del personaje y su tenacidad heroica ante “los únicos ideales dignos de tal nombre”.
Luis Rosales señalaba que don Quijote “no merece la burla y, al humillarle, Cervantes hace que expiemos nuestra risa como lectores y nuestra culpa como hombres”. Y añade que “la humillación del caballero nos sonroja”. El lector se va enfrentando consigo mismo, de manera que “nadie termina el Quijote y sigue siendo el mismo hombre”. Su lectura “le ha servido de penitencia”.
Bonilla finalmente decía que Cervantes siempre se propuso entretener y hacer historia social, pero que no podía ponerse en duda su fin didáctico.