Martínez Bonatti al hablar de la poética de la novela cervantina, aludía al tópico de la ambigüedad que recogían en sus estudios Ángel del Río y Manuel Durán. Ángel del Río exponía a propósito del Quijote que en él “lo cómico sucede a lo serio; los pasos más angustiosos se disuelven en el ridículo; el lenguaje elevado se funde con la frase popular, y en una escena exquisitamente poética irrumpen de pronto figuras u objetos cargados de materialidad… Lo específicamente cervantino parece ser que los contrarios no tanto se oponen o se armonizan, como que andan juntos, que son inseparables”.
Varias veces entre el prólogo y los primeros capítulos de la segunda parte alude Cervantes al problema de la verdad. El escritor ha meditado profundamente sobre la naturaleza de la ilusión y lo ilusorio de la realidad. Y el resultado de esta meditación, según comenta Ángel del Río, es la segunda parte del Quijote, que se organiza alrededor de tres preocupaciones centrales y convergentes, enunciadas o sugeridas en el prólogo y esos primeros capítulos: el significado de la locura, la verdad en su doble plano (poesía e historia, de cuya conjunción resultará la verdad cervantina, la vital o la existencial, “la que vive cada individuo, loco o cuerdo, en su circunstancia”) y, finalmente, el carácter evasivo de la realidad refractada en múltiples planos.
Sancho resulta ser el complemento perfecto de don Quijote, y lo es sobre todo porque no representa su antítesis total. Sancho no es “lo otro” de don Quijote, porque entonces no tendrían vasos de posible comunicación. “Lo otro”, el auténtico antiquijotismo lo representan Sansón Carrasco, el cura, el barbero y los duques con su capellán.
Sancho sostiene el principio de la naturalidad y expresividad en el lenguaje.
Leo Spitzer señalaba que para Cervantes, “los dialectos son simplemente distintos reflejos de la realidad, son estilos, de los que ninguno puede alzarse con la primacía sobre los otros”.
Ángel del Río explicaba también que Cervantes intuye que el destino del hombre, loco o no loco, en un mundo incierto por naturaleza, no es tanto “moverse entre sombras o puras apariencias, como entre una multiplicidad de realidades, perceptibles unas, soñadas otras, que al ser interpretadas de acuerdo con anhelos vitales (ilusiones, deseos, apetitos e ideas) producen efectos inesperados. Mi perspectiva es verdadera en cuanto mía, pero vivir consiste en el conflicto que se produce entre mi punto de vista y el de los demás, sin que sea posible decir quién es el loco y quién es el cuerdo”.
Ni equívocos ni incertidumbres conducen a una inhibición pesimista, sino a proclamar la necesidad de vivir, de actuar y de aceptar la ficción como si fuera la auténtica realidad, teniendo que someterse además a ciertas reglas intangibles. El escritor se burla del caballero que sueña con el ideal y del escudero que ambiciona ínsulas y dinero, y también de los burladores que se burlan de los demás, como en el capítulo LXX de la segunda parte del Quijote, cuando dice “y que no estaban los Duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos”.
La risa del autor es la risa humana y comprensiva.
Por otra parte, podríamos señalar que el hidalgo loco sostiene la dignidad humana frente a la fría pedantería del eclesiástico y la burlona actitud de los duques. Y una vez más la risa hace más entrañable la idealidad del caballero.
Pedro Salinas por su parte destacaba que el humorismo, al iluminar las cosas con dos luces, al ofrecernos dos o más versiones de una misma realidad, nos mueve a un acto de elección: “la esencia de la libertad consiste en dejar al hombre que elija y en que, si no se siente convencido, se abstenga de elegir”.