Se trata de una figura retórica que consiste en la desviación con respecto a los oyentes. Durante el discurso o la narración, el orador puede dirigirse a personas, cosas o colectivos.
Al dirigirse a personas, puede dirigirse a la parte contraria (la mayoría de las veces presente) o a personas ausentes. Un ejemplo clásico de comienzo de un discurso con apóstrofe, como discurso no dirigido a su destinatario natural, es el modo en que Cicerón comenzó la primera Catilinaria, sin dirigirse al Senado al que hablaba, sino de manera sesgada a Catilina, para golpear directamente al objeto de la acusación:
¿Hasta cuándo, Catilina, continuarás poniendo a prueba nuestra paciencia? ¿Cuánto más esa locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué fin se arrojará tu irrefrenable osadía? ¿Acaso nada te ha inquietado el destacamento nocturno del Palatino, nada la guardia de la ciudad, nada el temor del pueblo, nada la concurrencia de todos los hombres de bien, nada esta fortificadísima plaza que es el Senado, nada los labios y los rostros de todos los presentes? ¿No comprendes que tus planes se derrumban, no ves que ya tu conjura ha sido sofocada por el hecho mismo de que todos la conocen? ¿Quién de entre nosotros piensas que no sabe lo que has puesto en práctica la noche pasada y la anterior, dónde has estado, a quiénes has reunido y qué suerte de planes has ideado?
¡Oh tiempos, oh costumbres! El Senado conoce estas cosas, el cónsul las ve: éste, sin embargo, vive. ¿Vive? Si incluso viene al Senado, se hace partícipe de las deliberaciones públicas, fija su vista en cada uno de nosotros y decreta nuestro aniquilamiento. En cambio, nosotros, decididos varones, juzgamos haber hecho suficiente por la República con lograr huir de sus dardos y su furia. Tiempo ha ya, Catilina, que se te debiera haber conducido a la muerte por orden del cónsul, que esa misma ruina que tú llevas maquinando contra nosotros desde hace mucho se hubiera vuelto en contra tuya.
También puede aparecer este apóstrofe como una “desviación” en forma de alocución, como por ejemplo en la Divina Comedia, de Dante, en el Purgatorio:
Acuérdate, lector, si es que en los Alpes
Te sorprendió la niebla
Como decíamos, puede dirigirse a cosas como fenómenos geográficos y meteorológicos, a abstractos, o a partes del cuerpo y del alma o a sus afecciones. Un ejemplo del primero lo encontramos en la Comedia de Rubena, de Gil Vicente:
¡Oh tristes nubes oscuras
que tan recias camináis,
sacadme de estas tristuras
y llevadme a las honduras
de la mar a donde vais!
También encontramos este recurso en el poema de Santa Teresa Vivo sin vivir en mí, en la última estrofa:
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Un ejemplo de ese dirigirse a partes del cuerpo y el alma se encuentra en la poesía de Góngora, en el conocido Mientras por competir con tu cabello:
Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
También puede el orador dirigirse a colectivos, como por ejemplo es el caso del discurso de Gettysburg pronunciado por Abraham Lincoln:
Resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.
Con el apóstrofe en el efecto patético y mediante la invocación a una persona diferente del público o a una cosa, está emparentada la obsecratio, que consiste en una réplica vehemente en una situación difícil. Un ejemplo lo encontramos en la obra de Dante, la Divina Comedia, en el Paraíso:
¡Oh, luz eterna, que sola en ti restas,
Sola te entiendes, y por ti entendida
Y entendiente, te amas y te recreas!
En el apóstrofe se utiliza el modo imperativo y el vocativo. Se emplea este recurso retórico generalmente en oraciones, invocaciones o en discursos políticos.