A partir de 1940 y a lo largo del siglo XX se produce en toda Hispanoamérica una serie de rupturas en el terreno narrativo.
Podemos señalar varias claves y varios grupos en estos fenómenos. El primero de ellos es sin duda la ruptura con el realismo anterior a la fecha señalada. En la misma medida es importante la aparición del llamado Realismo mágico.
Autores como Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias o Alejo Carpentier realizan obras que inician formas narrativas más complejas y con una visión de la realidad que incluye nuevas dimensiones mágicas u oníricas y que rompen con el realismo social anterior. Esto supone un proceso de renovación influenciado por el surrealismo y por las teorías existencialistas de filósofos como Sartre.
En esta nueva novela lo rural tiene un nuevo tratamiento cuando aparece, aunque en la mayoría de los casos es sustituido por lo urbano. Se recuperan elementos mágicos de los mitos y leyendas americanos, con una gran presencia de lo onírico. Las estructuras realistas tradicionales se abandonan. Se produce una renovación del lenguaje. Y todo ello a través de la corriente que mencionábamos del realismo mágico.
Especialmente desde 1962 se asiste al desarrollo de esa nueva novela hispanoamericana. Repentinamente se dan a conocer en toda Europa aquellas obras que se mantenían aisladas en cierta manera en América. Al surgir de esa forma, se produce la sensación de un “boom”. Será un fenómeno editorial que dará a conocer a novelistas muy importantes, que además escriben en estos años algunas de sus obras más significativas. Así sucede por ejemplo con Julio Cortázar (“Rayuela” se publica en 1963) o García Márquez (“Cien años de soledad” es de 1967).
Escritores de diversas edades y países, muchas veces sin relación entre ellos, consolidan la integración de lo fantástico y lo real. Y obtienen un gran reconocimiento crítico y un elevado número de lectores.
Desde el punto de vista formal estas obras se caracterizan por la renovación de las técnicas novelescas con las de la novela experimental, pero no se alejan de la realidad, Simplemente la abordan desde otros ángulos.
En todos ellos pueden encontrarse influencias de Proust, Joyce o Kafka, pero también de autores como Cervantes. Se preocupan por el desarrollo de las estructuras narrativas, pero exigiendo un lector activo, que esté dispuesto a organizar una materia narrativa compleja. Se rompe muchas veces con la narración lineal, y se superponen las personas narrativas y los puntos de vista. Asimismo se emplean recursos como el monólogo interior o las descripciones minuciosas y precisas. Y todo ello al servicio del compromiso con la realidad de una tierra que se ha visto sometida a violentos procesos históricos.
En definitiva, en el “boom” encontramos novelas muy equilibradas entre lo estético y la denuncia histórica, que sirve como modelo a otras novelas (por ejemplo, “El tambor de hojalata” de Günter Grass” o “Hijos de la medianoche” de Salman Rushdie).
A partir del llamado “boom” de la novela hispanoamericana podemos señalar la existencia de otros grupos que reaccionaron con ironía o de forma crítica hacia ese movimiento: el “grupo del Crack” y “McOndo”.
El “grupo del Crack” es el nombre irónico que tomaron seis escritores mexicanos para mostrar su reacción ante el famoso “boom”. Sus integrantes firmaron un manifiesto (originariamente el “Manifiesto Crack” era un grupo de cinco fragmentos de autores mexicanos) reivindicando la literatura en su grado más creativo y renunciando expresamente al realismo mágico, a lo real maravilloso, y a las imitaciones de autores sagrados, como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez.
En palabras de Pedro Ángel Palou, la idea del nombre surge a partir de jugar con la onomatopeya. Con “crack” surgía la idea de la grieta, de la fisura. Cansados de lo “latinoamericano”, conspiran según el crítico Julio Ortega para reemplazar a los autores mayores sin necesidad de asesinarlos.
Los integrantes del Crack formaron un grupo literario que se consideraban amigos y que compartían principios estéticos y el rigor en el terreno de lo artístico. Su objetivo era provocar una fisura en la tradición literaria inmediata anterior y mirar de nuevo hacia los clásicos. Realizaban experimentos lingüísticos y novelas polifónicas, con muchas voces narrativas. Y todo ello con el profundo respeto hacia el lector inteligente que desea participar activamente de aquello que lee.
Los autores integrantes de esta generación o grupo fueron Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou, Eloy Arroz, Vicente Herrasti y Ricardo Chávez Castañeda. A ellos hay que añadir la figura del crítico Julio Ortega.
Por otra parte, “McOndo” es un juego de palabras basado en Macondo, la población ficticia de “Cien años de soledad” de García Márquez. Esta invención denomina una corriente literaria también hispanoamericana que surge a partir de 1990, y al igual que el Crack, como reacción contra el realismo mágico. Fue el escritor chileno Alberto Fuguet quien creó la denominación de este grupo para hacer referencia a dominios como McDonald’s o Macintosh. En 1996 el citado Fuguet y Sergio Gómez publicaron una compilación de historias cortas tituladas así, “McOndo”. La antología intentaba presentar esa nueva narrativa hispanoamericana hiperreal, reacia al realismo mágico y muy a tono con las nuevas tecnologías.
En esta literatura aparecen escenarios realistas y urbanos con un trasfondo individualista. Abandonan en cierto modo el colorido latinoamericano y relegan a un segundo plano la búsqueda de una identidad hispanoamericana. Eso hizo que algunas editoriales no los publicaran al principio por no ser suficientemente pintorescos o folclóricos. El mismo Fuguet contaba que les recomendaban agregar a sus obras “cosas tropicales y exóticas”.
Por otra parte, es significativa la aparición de una violencia extrema, relacionada con la delincuencia o el narcotráfico, como en “Rosario Tijeras”, del colombiano Jorge Franco.
Los autores, que en este caso son tanto americanos como españoles, nacieron entre 1959 y 1962.
Aunque este grupo de McOndo ha sido criticado en ocasiones, un autor prestigioso como Carlos Fuentes defendió en ellos el mérito de acercar con sus narraciones la realidad hispanoamericana del presente.
Edmundo Paz Soldán relacionaba McOndo con el grupo del Crack, ya que ambos presentaban a las nuevas generaciones de escritores hispanoamericanos que intentaban recuperar lo mejor de la tradición literaria del continente, pero intentando paradójicamente romper esa tradición. Y resaltaba la importancia de la antología de Fuguet en su propia obra, al hacerle tener una visión menos solemne de la literatura.