El laberinto en la literatura
Un laberinto es un lugar formado por calles y encrucijadas de forma que quien entre en él no pueda encontrar fácilmente la salida.
Según la mitología, el rey Minos de Creta ordenó al ingeniero Dédalo construir un edificio para encerrar al Minotauro Asterión, un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Había nacido de la unión de la esposa de Minos, Pasífae, y un toro blanco que Poseidón había regalado al rey de Creta. Dédalo concibió para el Minotauro una maraña de salas y corredores donde el que entraba terminaba perdido. Solo Teseo consiguió salir de él gracias al hilo de Ariadna.
Desde el principio de su aparición, el laberinto simbolizó una prisión para los hombres, el sufrimiento amoroso o un itinerario iniciático. Y aparece con estos significados en diversas obras literarias y cinematográficas hasta la actualidad, incluso en sus títulos, como el Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena, o el Laberinto de la soledad, de Octavio Paz.
En las primeras ediciones de las Trece cuestiones de amor de Boccaccio al castellano, la obra es titulada como El laberinto de amor. En esas cuestiones se presentan situaciones amorosas en las que los personajes se ven encerrados. El autor presenta al protagonista Filoculo en una peregrinación para encontrar a su amada Blancaflor. Al llegar a Nápoles conoce a Madama María, la hija del rey, que está acompañada por damas y galanes que escuchan música, cantan y danzan. Se une el personaje a esa fiesta y deciden plantear esas cuestiones que María deberá de dirimir (hallé treze quistiones que se propusieron delante della en una fiesta, seyendo elegida de todos los quela celebravan reyna para que las determinasse).
El laberinto como lugar iniciático en el terreno amoroso se desarrolla en las obras que se centran en las aventuras de Ariadna, Teseo o Fedra. Así ocurre en El laberinto de Creta de Lope de Vega, de 1621. Esta obra pone en escena la leyenda de Perseo, que fue quien mató a Ariadna.
También en los siglos de oro encontramos la obra Amor es más laberinto, escrita por sor Juana Inés de la Cruz y Juan de Guevara en colaboración. Esta comedia se representó en 1689 para celebrar el cumpleaños del conde de Galve. El título señala ya que el laberinto en la obra es el amor. Fedra y Ariadna, hijas de Minos, se sienten cautivadas por la belleza de Teseo. Aunque Teseo se inclina por Fedra, será Ariadna quien ayude al príncipe para que se libre del Minotauro (El alma/ se me ha enternecido al verle/ ¡Quién su libertad comprara,/ aunque costara mi vida!). Para complicar este laberinto amoroso, las dos hermanas son pretendidas por dos príncipes, Lidoro y Baco, que harán lo imposible por enamorarlas. Al final de la obra, Teseo solo pedirá al rey de Minos la mano de Fedra.
En la segunda jornada de Los tres mayores prodigios, de 1641, Calderón utiliza el mito del laberinto de Creta y presenta la historia de Teseo, Ariadna y Fedra. En esta versión, Ariadna pide ayuda a Dédalo, que será quien proporcione el hilo al héroe. Calderón sitúa algunas escenas cómicas en el laberinto. Pantuflo, el criado de Teseo dice “ya estamos, señor,/ en esta pequeña cárcel,/ cocina del Minotauro/ esperando por instantes,/ que para vianda suya/ o nos cuezan o nos asen,/ o nos frían o nos tuesten/ nos perdiguen, nos empanen,/ nos hagan albondiguillas”. Dentro del laberinto el espectador puede observar la valentía de Teseo frente al miedo de Pantuflo que, además, perderá el hilo que les han proporcionado.
El laberinto como símbolo se transformará a partir del romanticismo. Aparecerá de diferentes formas como trasfondo de las aventuras de los personajes, especialmente como castillo misterioso. Así aparece, por ejemplo, en la novela que se considera modelo de la novela gótica Los misterios de Udolfo, de Ann Radclife, publicada en 1794. Montoni, un bandolero italiano, encierra a Emily, sobrina de su esposa, en el castillo que da título a la novela y donde se suceden fenómenos sobrenaturales, como apariciones o voces misteriosas. Los recovecos y pasadizos del castillo y los paisajes de la novela ayudan a mostrar el estado anímico de los personajes (Dejó el torreón y descendió por una escalera estrecha hasta encontrarse en un pasadizo oscuro, por el que vagó, incapaz de encontrar su camino, hasta que la impaciencia cedió al temor y llamó pidiendo ayuda). Finalmente, los personajes aparecen inmersos en laberintos de desgracias del que parece que no podrán escapar.
James Joyce escribió Retrato del artista adolescente en 1916. En ella, el protagonista deberá luchar contra las convenciones sociales construyendo un laberinto de palabras a través de su obra. El nombre del personaje, Stephen Dedalus, es una clara referencia a Dédalo, el arquitecto griego creador del laberinto de Creta. Joyce presenta las diferentes etapas de la vida del joven a través del estilo indirecto libre, primero, y de la tercera persona después (No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Oh vida, salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza).
José Bergamín usó como motivo el laberinto y teorizó sobre él, explicando que su finalidad no era la de salir de él, sino la de entrar (“Salir es renunciar al laberinto. No es perder ni ganar el juego. Es no jugar”). Uno de sus poemas dice El corazón no sabe/ que está en su laberinto/ como un monstruo inocente/ prisionero o perdido:/ que sólo Ariadna, el alma/ pendiente de su hilo,/ puede, si no lo rompe,/ encontrar su camino/ por el confuso dédalo/ de puertas y pasillos).
Sarrocchi Carreño realizó un estudio sobre el laberinto literario en el que señalaba que este se había convertido en símbolo del destino del hombre y de los múltiples caminos de la existencia humana (con laberintos urbanos, de soledad, burocráticos, etc.)
El autor en que más se ha destacado la aparición de laberinto ha sido Borges, quien incluso describe la ciudad de Buenos Aires como “un plano” en el que mis pasos/ Urden su incalculable laberinto.
El laberinto literario aparece en El Aleph, un libro de diecisiete cuentos publicado en 1949, donde se articulan diferentes mitos universales. En El inmortal, Borges presenta la casa compleja en la que el hombre siente miedo («un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin»). En La casa de Asterión, el autor presenta en primera persona la historia del protagonista, al que solo la imaginación le permite soportar la soledad. Para este personaje, la muerte es una liberación. Sueña con que llegue el redentor del que le hablaron (Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor[…] Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas). Al final de la historia Teseo contará que “el Minotauro apenas se defendió” en la hora de su muerte. Otro de los cuentos, Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto, presenta la historia de dos amigos que visitan un laberinto en Inglaterra. Mientras están allí, cuentan la historia de Abenjacán, que escapa con el tesoro que ha acumulado como rey junto a su primo Zaid. Temeroso de que este le robe, lo mata. Para que su fantasma no lo persiga huye hasta Inglaterra y allí hace construir un laberinto carmesí y se esconde en el centro. Zaid termina encontrándolo y matándolo a él y al león y al esclavo que lo custodiaban. El asesinato quedará como un misterio sin resolver porque “En primer lugar, esa casa es un laberinto. En segundo lugar la vigilaban un esclavo y un león. En tercer lugar, se desvaneció un tesoro secreto. En cuarto lugar, el asesino estaba muerto cuando el asesinato ocurrió. En quinto lugar. . .”
El uso literario del laberinto en Borges influyó en autores como Umberto Eco en El nombre de la rosa. Guillermo de Baskerville y su discípulo Adso descifran los misterios del laberinto de la biblioteca para llegar a la habitación donde se encuentran los libros custodiados. La verdad y el conocimiento solo pueden adquirirse tras sortear una maraña de escaleras y pasadizos llenos de trampas.
Recordemos por último que existe un tipo de poema llamado laberinto, en el que los versos pueden leerse al derecho y al revés sin perder sentido.