En la mitología griega, Dafne era una ninfa hija del río Peneo y poseía una belleza extraordinaria. El dios Apolo se enamoró de ella, pero no pudo seducirla. Al verla un día en el bosque, Apolo la persiguió mientras ella huyó aterrada. Dafne solo pudo escapar cuando, tras suplicar, la tierra se abrió bajo sus pies, que se convirtieron en raíces, y ella se convirtió en laurel. Apolo ya solo pudo abrazar un tronco y, en recuerdo de la doncella a la que había amado, se coronó con hojas del árbol, lo que se convirtió en un símbolo del dios.
La metamorfosis sufrida por Dafne se debió, según las diferentes versiones a su padre, el dios-río Peneo, o a Zeus.
Desde la mitología griega, el episodio de los amores de Apolo y Dafne pasó a la literatura romana y, posteriormente, fue tratado ampliamente por la poesía de los siglos de oro. El origen se encontraría en la maldición lanzada por Eros después de que Apolo se burlase de él. Eros lanzó una flecha de oro (que incitaba al amor) al corazón de Apolo y una flecha de plomo (que incitaba al odio) a la ninfa Dafne, provocando así los sentimientos encontrados en ambos personajes. Ovidio trató el mito en el libro I de Las Metamorfosis. Esta obra se componía de quince libros y recogía más de doscientas cincuenta narraciones mitológicas, cada una de las cuales describía los cambios que se producían en distintas divinidades con fines diversos.
Ovidio describe cómo, tras atravesar Eros con sus flechas a los dos personajes, Apolo “ama enseguida” mientras que Dafne “rehúye incluso el nombre del amante”. No es el primer enamorado que sufre Dafne, quien desea ser libre y mantenerse virgen. Apolo le suplica que se detenga, enumera sus virtudes para convencerla, pero ella sigue huyendo. Cuenta Ovidio que el joven dios no soporta perder más tiempo con “dulces palabras” y la sigue con rapidez, y compara la imagen con la de “un perro de la Galia persiguiendo una liebre en la llanura” (el primero corre para alcanzar su presa, la segunda para salvar su vida). A Apolo le mueve la esperanza y a Dafne, el temor. Finalmente, fatigada, pide a su padre auxilio (“Transfórmame y haz que yo pierda la figura por la que he agradado excesivamente”). Dafne queda convertida en laurel y Apolo besa la madera y afirma que será su árbol. Así explica el mito la atribución simbólica del laurel a este dios.
El mito de Apolo y Dafne no solo fue un tema importante, como decíamos, en la literatura, sino también en el terreno musical. La ópera Dafne es considerada la primera ópera de la historia. Fue compuesta por Jacopo Peri, con libreto del poeta Ottavio Rinuccini, y estrenada en 1598. Aunque no se conserva completa, al parecer sí era enteramente cantada. Parece que seguía las reglas clásicas y que algunos momentos del mito (como la metamorfosis de Dafne en laurel) no tenían lugar a la vista del público, sino que aparecían como una referencia. Se basaba en el texto de Ovidio y este aparecía como personaje en la obra. Sí se conserva la ópera de Francesco Cavalli Los amores de Apolo y Dafne, estrenada en Venecia en 1640. El libreto era de Busenello, que se basaba también en Las Metamorfosis de Ovidio. En 1938 se estrenó la ópera de Richard Strauss Dafne, tragedia bucólica en un acto, en la que los sonidos envolventes crean la idea de la transformación de la ninfa.
Hacia 1657 se estrenó la zarzuela El laurel de Apolo, de Calderón de la Barca. Como en otras de sus obras, combina música y diálogo con una trama sencilla (“solo una fábula pequeña en que se canta y representa”, dice en la loa). La obra fue compuesta para celebrar el nacimiento del príncipe heredero y se basa, al igual que las obras ya mencionadas, en Las Metamorfosis.
En la poesía de los siglos de oro, encontramos el tema de Apolo y Dafne en el soneto XIII (“A Dafne ya los brazos le crecían”) de Garcilaso de la Vega. En él se recrea el episodio de la metamorfosis de Dafne en los cuartetos y se muestra el dolor del amante en los tercetos. El poeta plasma el amor imposible e inalcanzable.
Bajo el título de Cancionero de Marfira se reunieron poemas de Diego Hurtado de Mendoza, entre los que se encuentra la octava real que hace referencia al mito, con una súplica a la amada: “¡Hermosa Dafne, tú que convertida / fuiste en verde laurel de casto miedo, / por no esperar aquel que en la huida / te había de alcanzar o tarde o cedo! / ¡Oh tú del vencedor nunca vencida, / ayúdame, pues ves que yo no puedo! / Que siguiendo a Marfira me convierto / en fuego, en hielo, en hombre vivo y muerto”.
Juan de Arguijo dedicó a este asunto mitológico un soneto (“Apolo a Dafne”) hacia 1605.
Juan de Tassis, conde de Villamediana, escribió la Fábula de Faetón, Apolo y Dafne en 1617. Es un poema extenso de algo más de mil ochocientos versos, donde se intercalan varios mitos y descripciones que se alejan del hilo narrativo principal. La estrofa LVIII está dedicada a la historia de Apolo y Dafne (“Ninfa, después laurel, aun no alcanzada, / muestra el que dora rayos en su huida, / escultura que ser ejemplo quiso / y en fugitiva culpa estable aviso”).
Francisco de Quevedo escribió en quintillas una Fábula de Dafne y Apolo, que fue publicada en 1605, en Flores de poetas ilustres, de Pedro Espinosa. Al parecer es una composición de sus primeros años en el que relata el suceso mitológico. Apolo se queja a la ninfa como un enamorado (“¿por qué mi dolor creces / huyendo tanto de mí / en la muerte que me ofreces?”). Cuando Dafne se transforma en laurel, el orden en que esa transformación se produce es el mismo que en las versiones anteriores, pero es original en las consideraciones que aparecen, como cuando al crecer los brazos ella se queja “con el ruido que hicieron”.
Sin embargo, Quevedo realizó también sonetos desmitificadores sobre este asunto, como “A Apolo persiguiendo a Dafne” y “A Dafne huyendo de Apolo”. En el primero de ellos, el dios es rebajado a “Bermejazo platero de las cumbres” y la ninfa es presentada como una prostituta, de manera que “si la quieres gozar, paga y no alumbres”. Sencillamente, Apolo desea saciar su apetito con Dafne. Y esta idea se compara con otros mitos como los de Marte y Venus (“en confites gastó Marte la malla”) o Zeus y Dánae (“volvióse en bolsa Júpiter severo”). Aunque la fuente de Quevedo sea el texto de Ovidio, el parecido con esta estriba en los personajes. Se trata de un texto satírico que deforma la historia del mito.
En “A Dafne huyendo de Apolo”, Quevedo presenta al dios como un alquimista que persigue a Dafne para disfrutar de ella gratuitamente (“Tras vos un alquimista va corriendo”, “Él os quiere gozar a lo que entiendo”). La ninfa es un murciélago que huye de Apolo, como la oscuridad huye de la luz (“Vos os volvéis murciélago sin duda, / pues vais del Sol y de la luz huyendo”). Pero la bolsa de él está vacía (“muda”) y ella ya solo puede transformarse en laurel para escapar de “sus tretas”. A Apolo ese laurel solo le sirve como escabeche.
El tema fue llevado también a la escena por Lope de Vega, que escribió El amor enamorado, una comedia publicada póstumamente, en 1635. Lope tomó el tema de Las Metamorfosis de Ovidio, aunque de una forma libre. Se trata de una obra en tres actos muy del gusto de la época, en la que el personaje de la ninfa recibe el nombre de Sirena. El tema principal es el del amor imposible, la resistencia ante ese amor profundo y la fidelidad. De fondo encontramos la idea de que el amor queda cegado por el enamoramiento y de que no hay lugar para el desengaño si existe verdaderamente amor.