Sancho Panza encarna una paradoja, en el sentido de que la presencia concreta de este personaje se impone a pesar de las escasas referencias que tenemos sobre su condición social.
En el capítulo VII de la primera parte del Quijote aparece una información somera:
En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre—, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino.
No hay una presentación al estilo del retrato con que se presentaba a don Quijote cuando aún era Alonso Quijano:
…un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana».
Sancho es un personaje irreductible a un modelo vivo y su aparición supone un salto cualitativo.
Los rasgos diferenciadores de Sancho no son los de un arquetipo, sino más bien los de un individuo, cuyas actitudes y conductas aparecen marcadas por una íntima contradicción.
Por un lado, Sancho es un ingenuo, que no carece sin embargo de buen sentido y prudencia. Es fiel a su amo y, al mismo tiempo, presenta egoísmo y materialismo, que le llevan a engañar a don Quijote. En el capítulo VII se considera digno de ejercer de gobernador y sin embargo manifiesta en ocasiones una gran modestia y una clara conciencia de sus límites.
Hay unas contradicciones que no pueden remitir a un tipo social. Los orígenes de estas imágenes contradictorias podrían encontrarse en el teatro renacentista, en farsas y autos, así como en el folclore (en refranes y cuentecillos), todo ello como representaciones de colectividad, como clase.
Sancho es un ser con bobería y astucia, capaz de echar por tierra la aparente superioridad de los que pretenden burlarse de él.
Todas estas contradicciones se sitúan también en el loco carnavalesco, observables incluso en el nombre y apellido del personaje de Sancho Panza. Se ha relacionado el episodio de la ínsula Barataria (entre los capítulos XLV y LIII de la segunda parte de la novela) con la coronación y el destronamiento del rey en carnaval. Al igual que ocurre en el carnaval, Sancho es escogido por los duques para convertirse en gobernador no debido a sus méritos personales o sus habilidades para el cargo, sino por el deseo de satisfacer el máximo anhelo del escudero. Para los duques es simplemente otra de las burlas que les hacen a los personajes.
La ambivalencia de Sancho se evidencia a lo largo de la novela en distintas circunstancias, como la reacción ante los molinos:
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.
–Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran.
la cabalgata sobre Clavileño:
—Eso no haré yo —dijo Sancho—, ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros, que yo no soy brujo, para gustar de andar por los aires. ¿Y qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa más: que habiendo tres mil y tantas leguas de aquí a Candaya, si el caballo se cansa o el gigante se enoja, tardaremos en dar la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula, ni ínsulos en el mundo que me conozcan; y pues se dice comúnmente que en la tardanza va el peligro y que cuando te dieren la vaquilla acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras, que bien se está San Pedro en Roma, quiero decir, que bien me estoy en esta casa donde tanta merced se me hace y de cuyo dueño tan gran bien espero como es verme gobernador.
O en las relaciones con los demás, con don Quijote y con su mujer, la reacción ante la segunda parte falsa, etc…
La ambivalencia no es una mera suma o un añadido de rasgos acumulados. La coexistencia de todos esos rasgos tiene que ver con la actitud y visión del mundo que tiene Sancho, en una reversibilidad “tonto-listo”, que constituye la mecánica interna de Sancho, que le permite asumir y fusionar unas características contradictorias que con anterioridad se daban simultáneamente, yuxtapuestas.
Sancho se nos ofrece en permanente asociación con don Quijote. A raíz de la convivencia de los dos personajes, el sistema de referencias a que remite Sancho será contrastado por el lector con el sistema de referencias al que remite don Quijote. Estos dos sistemas aparecen confrontados, aunque esta confrontación no es la misma si miramos desde el punto de vista de don Quijote o de Sancho.
Por ejemplo, una diferencia de perspectiva entre los dos personajes es que don Quijote es un hidalgo que sabe y puede leer, mientras que Sancho no sabe.
Desde el punto de vista de don Quijote, Sancho es el escudero del caballero andante. Esta referencia libresca no coincide con la referencia sociocultural de que es el criado de un hidalgo enloquecido por la lectura de los libros de caballería. Tenemos por tanto una dinámica enfocada de dos formas distintas: caballeresca y sociocultural.
Frente a la promesa de gobierno de la ínsula, desde el punto de vista quijotesco encontramos a Sancho que habla de un contrato hipotético que el señor ha prometido firmar con su escudero. Las promesas no llegan a cumplirse: Con estas promesas y otras tantas, abandonó a su mujer.
Hay una permanente frustración de Sancho, que aumenta la parodia, sin que llegue a resolverse.
La ínsula es el elemento de mayor valor funcional en el personaje de Sancho.
Los materiales literarios que convergen en el escudero son los instrumentos con los que Cervantes construye una existencia humana en su complejidad y singularidad.
Sancho surge de un tejido de contradicciones y abandonará poco a poco la máscara rústica para llegar a ser un hombre sensato, bueno y blando de corazón.
Las notas peyorativas de lo rústico aparecen convertidas en blanco de burlas y miradas. Sancho, sin embargo, carece de dos notas de infamia que sí aparecen en los rústicos del teatro renacentista: el ser cornudo (que no se cumple en un Sancho que es buen esposo y padre, con diálogos con su mujer y con intercambios de cartas) y la falta de doctrina.
Sancho es el resultado de una lógica interna, a partir del deseo de Cervantes de crear una obra dentro y fuera de la tradición literaria. El personaje se va haciendo a partir de las páginas del libro.