Cuando se lleva a cabo una descripción, se puede adoptar una actitud objetiva o subjetiva ante el objeto que se describe. Si la descripción es técnica u objetiva, el emisor muestra con palabras lo que ve, sin hacer valoraciones. En las descripciones subjetivas, el emisor incluye referencias o valoraciones personales, añadiendo los efectos emocionales de la realidad en su ánimo.
Por ejemplo, si describimos un cubo de basura, podemos hacerlo mediante una descripción en que transmitamos sus características, como encontramos en Wikipedia:
Un cubo, bote o contenedor de basura, también llamado zafacón en Puerto Rico y la República Dominicana, tacho en Perú y otros países sudamericanos, o basurero en otros lugares, es un recipiente usado para almacenar basuras que está normalmente hecho de metal o plástico. La mayoría de los cubos de basura disponen de una tapa superior para evitar los olores y algunos disponen de pedales que abren la tapa cuando se pisan. En los cubos de basura de interior suele ponerse una bolsa de basura. Los contenedores callejeros suelen ser de tres tipos: cubos (receptáculos metálicos hechos a menudo de hojalata o acero), contenedores (grandes receptáculos similares a cubas) y contenedores con ruedas (cubos ligeros, normalmente de plástico, fáciles de mover). Todos ellos son vaciados por los basureros, que vierten su contenido en un camión de basura que llevan hasta un vertedero o incineradora para vaciarlo. Algunos edificios de viviendas tienen rampas de basura por las que sus residentes pueden deshacerse de su basura. Estas rampas suelen dar a algún gran receptáculo o contenedor situado en el sótano.
O realizar una descripción subjetiva, en que no solo aparezcan las características de ese cubo de basura, sino también las impresiones que produce, como en el siguiente ejemplo, de Rafael Morales (Canción sobre el asfalto, 1954):
Cántico doloroso al cubo de la basura
Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel que en el olvido posa.
Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
Las principales diferencias entre una descripción subjetiva y otra objetiva pueden verse a continuación:
Descripción objetiva | Descripción subjetiva | |
Actitud del emisor | Objetiva | Subjetiva |
Finalidad comunicativa | Mostrar cómo es un objeto | Mostrar cómo es un objeto y los efectos que produce en el ánimo del emisor |
Tipos de textos en que aparece | Textos expositivos de carácter científico o técnico | Textos literarios |
Función del lenguaje que predomina | Función referencial | Función poética y expresiva |
Rasgos lingüísticos |
Adjetivación especificativa. Predominio de significados denotativos. Uso de tecnicismos. |
Adjetivación explicativa. Predominio de significados connotativos. Utilización de recursos retóricos: comparaciones, metáforas,personificaciones… |
Tanto objetiva como subjetivamente, podemos describir distintas realidades. Según sea lo que describimos, estaremos ante la prosopografía, la etopeya, el retrato, la caricatura o la topografía.
La prosopografía es la descripción de los rasgos físicos de alguien, como la siguiente de Harry Potter y la piedra filosofal:
Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
La etopeya es la descripción de los rasgos de la personalidad, como en el poema de Mario Benedetti Ustedes y nosotros:
ustedes cuando aman
calculan interés
y cuando se desaman
calculan otra vez
nosotros cuando amamos
es como renacer
y si nos desamamos
no la pasamos bien.
El retrato es la descripción de rasgos físicos y de personalidad. Cuando lo realiza la persona sobre sí misma se llama autorretrato, como en el poema Retrato, de Antonio Machado:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
La caricatura es el retrato que destaca o exagera los rasgos de la persona con intención cómica o burlesca, como la descripción del Dómine Cabra del Buscón de Quevedo:
Él era un clérigo de cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuevanos, tan hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una.
Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros.
Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños.
Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas.
Finalmente, llamamos topografía a la descripción de un lugar, como en Jardín muerto, de Federico García Lorca:
Cae la mañana lluviosa sobre el jardín… Finalizando una fangosa cuesta y al lado de una cruz negra y verde debido a la humedad, se encuentra la carcomida puerta de madera que invita a entrar al abandonado reciento.
Más alejado se encuentra de piedra gris un puente, y en la brumosa distancia una nevada montaña. Del valle al fondo y entre las peñas el río corre tarareando manso su canción vieja.
En una negra covacha que se halla al lado de la puerta, dos viejos vestidos con capas rojas toman calor de unos mal encendidos tizones de lumbre… El recinto en su interior desolado y angustioso. Esta impresión es acentuada por la lluvia. Rueda con facilidad. Grandes troncos muertos hay en el suelo… Las paredes amarillas y altas, de grietas enormes están cruzadas, por ellas lagartijas salen a pasear dibujando indescifrables arabescos con sus cuerpos. Un resto de claustro con flores secas y con yedras hay en el fondo. Las desmoronadas piedras tienen en sus rendijas flores amarillas con gotas de lluvia; entre las hierbas con charcos de humedad abundan en el suelo…