(Aportación de Fernando Pérez Cárceles)
Desde hace más de dos siglos, constituye una preocupación académica el llegar a describir fielmente el retrato histórico de Jesús de Nazaret, a quien algunos tachan de mito y del que los cristianos afirman que es el hijo de Dios. No solo eso, sino que es Dios hecho carne.
Jesús no escribió ningún libro, ni fundó ninguna religión; era un judío religioso, pues así se expresa en Mateo, 5, 17: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”, pero no se le puede aplicar la etiqueta de ortodoxo, en todo caso la de subversivo, pues dice que hay que amar a los enemigos; no respeta la jerarquía, como muestra en el lavatorio descrito en el Evangelio de Juan; acoge a publicanos, prostitutas y niños; se apiada de las viudas; perdona siempre, critica a los sacerdotes y la forma de orar con ostentación; se nota en su actitud ante el sábado y en su trato con las mujeres, aunque sean adúlteras, y siempre dispuesto a hacer el bien.
Es verdad, no escribió nada y, no obstante, es curioso el Evangelio apócrifo Correspondencia entre Jesús y Abgaro[1], posiblemente escrito en el siglo III recogiendo la siguiente leyenda:
Abgaro, rey de Edesa, estaba aquejado de una enfermedad incurable y en el año 30-32 escribió una carta a Jesús rogándole que viniera a curarle y ofreciéndole todo su territorio para vivir, dada la creciente animadversión de los judíos hacia él. Jesús le contestó que cuando subiera al cielo, enviaría a un discípulo para que le curara y predicara el Evangelio. El discípulo que cumplió la misión fue Judas Tadeo.
No menos curiosa es la llamada Carta del domingo incluida en las pp. 664-676 del citado libro Los Evangelios Apócrifos. Esta Carta fue escrita a caballo de los siglos VI-VII por Liciniano (Cartagena, 554-Constantinopla, 602), obispo de Cartagena, en la que contestaba a Vicente, obispo de Ibiza, quien le había mandado un escrito que era una “carta bajada del cielo” y le pedía su opinión. Liciniano fustigó en su carta el error de “los que creían en escritos bajados del cielo”.
Todo el mundo, creyente o no, conoce a Jesús, incluso puede repetir algunas frases suyas como, por ejemplo, “Dad al César lo que es del César”, pero tenemos que reconocer que sabemos muy poco a Jesús de Nazaret. En la actualidad hay tendencias a estudiar al Jesús real y distinguirlo del Jesús histórico. La realidad es que fue un hombre sencillo que vivió en un rincón de una provincia romana y no tuvo repercusión para el Imperio Romano. Pero todo cambió con su muerte.
- Fuentes cristianas antes del año 70
Veamos a continuación los escritos referentes a Jesús. Para ello sigo el esquema que figura a partir de la página 551 del libro Así empezó el cristianismo, editado por Rafael Aguirre y publicado por Editorial Verbo Divino, Estella, 2011.
Documento Q[2]
Q es la inicial de la palabra alemana Quelle (fuente). El autor es desconocido. Fue escrito en Galilea hacia el año 40. Es una colección de dichos y anécdotas de Jesús. Está reconstruido a lo largo de dos décadas por el Proyecto Internacional Q a partir de la concordancia de pasajes de los Evangelios de Mateo, Lucas y del llamado Evangelio de Tomás (apócrifo) escrito en griego hacia el año 140 e incluido en el códice II (que data posiblemente del siglo IV) de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, cerca de Luxor (Egipto), descubierta en 1945 por un labrador.
Relato de la Pasión
El autor es desconocido. Fue escrito en Jerusalén hacia el año 40 y está reconstruido a partir de los Evangelios de Marcos, Juan y del Evangelio de Pedro (apócrifo). Este último fue descubierto en el invierno de 1886-87 en el sepulcro de un monje cristiano en Egipto y está contenido en un pergamino del siglo VIII-IX.
Fuente de signos
Autor desconocido. Fue escrito en Judea hacia el 40. Es un relato que integra una colección de milagros. Está reconstruido a partir del Evangelio de Juan.
Primera carta a los Tesalonicenses
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Corinto hacia el año 51. Entre otras cosas, habla de la resurrección: “Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.”
Carta a los Gálatas
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Éfeso hacia el año 52. En ella nos habla de su conversión, y también del incidente de Antioquía con Pedro, cuando reprocha que se pida que los bautizados deben circuncidarse y añade que no somos justificados por la ley, sino por la fe en Jesucristo. Hacia la mitad de la carta apostilla: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús. (…) Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.”[3]
Primera carta a los corintios
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Éfeso hacia el año 52. La comunidad estaba dividida pues así lo refiere en los primeros versículos: “Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo. ¿Está dividido Cristo?”
También hace referencia al cuerpo místico de Jesús y nos muestra el camino más excelente (cap. 13, 1-3):
“Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber, y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Y si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; y si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.”
También habla de la resurrección (cap. 15):
“Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como un aborto, se me apareció también a mí. (…) Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe. (…) Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.”
Segunda carta a los corintios
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Éfeso hacia los años 53-54. En ella anuncia su plan de viaje y reflexiona sobre el ministerio apostólico.
Carta a los Filipenses
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Éfeso hacia el año 54. Pablo está preso, exhorta a la unidad y manifiesta su entrega a Cristo.
Carta a Filemón
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Éfeso hacia el año 54. Es brevísima con tan solo 23 versículos y en ella ruega a Filemón, un rico propietario, que acoja a Onésimo, su antiguo esclavo que se había escapado, no como esclavo, sino como hermano querido.
Carta a los romanos
Autor: Pablo de Tarso. Escrita en Corinto hacia el año 58. Es curioso lo que escribe en el capítulo 15, versículo 24: “cuando me ponga en camino hacia España, espero veros al pasar y, después de haber disfrutado un poco de vuestra compañía, que vosotros me encaminéis hacia allá.”
Muy interesante son los saludos, entre otros, a varias mujeres que han sido colaboradoras suyas y han trabajado en la predicación del evangelio: Prisca, María, Junia, Trifena, Trifosa, Pérside, la madre de Rufo, Julia y la hermana de Nereo. Estos versículos podrían apoyar la idea de que es necesario que las mujeres sean ordenadas como sacerdotes volviendo así a las fuentes de la Iglesia.
Volviendo a la epístola paulina, en ella podemos leer el versículo que inspiró a Lutero y abrió las puertas para la Reforma: “El justo por la fe vivirá”.
- Fuentes no cristianas
Flavio Josefo
Historiador y militar judío (Jerusalén, 37/38-†, ¿siglo II?), perteneciente a la secta de los fariseos. En el año 66 comenzaron las revueltas judías contra los romanos y fue nombrado general en jefe de las tropas de Galilea que se iban a enfrentar a las legiones al mando de Vespasiano y de su hijo Tito. Resistió el asedio en Jotapata y aunque sus compañeros se juramentaron en un suicidio colectivo, él no cumplió la promesa y se entregó a los romanos. En audiencia a Vespasiano le auguró que llegaría a ser emperador, algo que ocurrió pronto, pues sobrevino el período anárquico conocido como de los cuatro emperadores: Galba, Otón, Vitelio y finalmente Vespasiano. Fue manumitido y alcanzó la ciudadanía romana. Cambió su nombre judío Yosef ben Mattityahu (José, hijo de Matías) por el de Tito Flavio Josefo en honor de la casa Flavia a la que pertenecía Vespasiano.
Además de su célebre La Guerra de los Judíos, en el año 93 apareció su obra Antigüedades Judías, y podemos leer en su Libro XVIII, cap. 63, 3[4]:
“Por estas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, si es que procede llamarlo hombre. Pues fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Este era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo, las gentes que lo habían amado anteriormente tampoco dejaron de hacerlo después, pues se les apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro este, así como otros más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él”.
Plinio
Cayo Plinio Cecilio Segundo (Como, 61-61-†, h. 112). Perteneciente a una familia prestigiosa y adinerada, su tío, el naturalista y erudito, Plinio el Viejo, fue su primer maestro y le nombró hijo adoptivo en su testamento. Se casó tres veces y adquirió una enorme riqueza. Ejerció como abogado y en su carrera política alcanzó los cargos de cuestor, tribuno de la plebe, pretor, y el consulado en tiempos de Trajano, quien lo envió a la provincia de Bitinia-Ponto (situada en el norte de Turquía continental), posiblemente en el año 109 o el 110. De su producción literaria se conserva el Panegírico a Trajano y sus famosas Cartas en diez libros, el último de ellos es originalísimo pues contiene las cartas enviadas a Trajano y también las respuestas del emperador.
En la epístola 96 del libro X[5], Plinio hace preguntas a Trajano sobre cómo proceder en los juicios contra los cristianos, en razón de la edad, y si renunciaban o no a su fe. Incluso admite que ha ajusticiado[6] a algunos. También escribe que algunas acusaciones le han llegado por panfletos, y en el interrogatorio a algunos que renegaron de ser cristianos estos “afirmaban que toda su culpa o error había sido que habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado antes del amanecer y entonar entre sí alternativamente un himno en honor de Cristo, como si fuese un dios, y ligarse mediante un juramento, no para tramar ningún crimen, sino para no cometer robos, ni hurtos, ni adulterios, ni faltar a la palabra dada, ni negarse a devolver un depósito, cuando se le reclamara.”
Trajano le contesta (epístola 97) que ha seguido bien el procedimiento, que no se les debe perseguir a menos que sean encontrados culpables, que los arrepentidos han de ser perdonados y, por último, “los panfletos presentados anónimamente no deben tener cabida en ninguna acusación. Pues no solo se trata de un despreciable ejemplo, sino que no es propio de nuestro tiempo.”
En la carta apreciamos que Plinio distingue a los cristianos de los judíos. El cristianismo se fue gestando primero como una secta judía y después como una realidad diferenciada por su referencia a Jesús y su manera de reaccionar ante la sociedad grecorromana. El término cristiano se encuentra en Hechos de los Apóstoles, 11, 26:
“Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos.”
Tácito
Publio (o Cayo) Cornelio Tácito (h. 55-h.120). Político e historiador romano. Era oriundo de la Galia Narbonense, o tal vez nació en Colonia o Tréveris. Se casó en el año 78 con la hija de Gneo Julio Agrícola que fue cónsul un año antes de la boda; ello le permitió su cursus honorum desarrollada durante el reinado de la dinastía Flavia, pues fue senador y pretor. Alcanzó el consulado en el año 97 durante el principado de Nerva (96-98). Su carrera literaria se desarrolló principalmente tras la muerte del despótico emperador Domiciano, con la libertad encontrada reinando el emperador Trajano (98-117). Hacia el año 110 acabó su libro Historias que quedó inconcluso y se puso a escribir los Anales que abarca los reinados desde Augusto hasta Nerón. En el libro XVI (último), narra el incendio de Roma y así leemos en el capítulo 44, vss. 2-5[7]:
“Mas ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio había sido ordenado. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban su nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas. El caso fue que se empezó a detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquellos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en el carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo”.
En la bellísima novela Quo vadis del polaco Henryk Sienkewicz (1846-1916), premio Nobel de 1905, podemos leer ampliamente estas cruda escenas. En la Via Appia Antica de Roma se encuentra la pequeña iglesia del Domine Quo Vadis. Según la leyenda, la Iglesia del Domine Quo Vadis se construyó en el mismo lugar en el que Jesús se apareció a Pedro, quien huía de Roma. En este encuentro Pedro le preguntó:
“Domine, ¿quo vadis?” (¿Dónde vas, Señor?). Jesús le respondió: “Eo Roman Iterum crucifigi” (Voy a Roma para ser crucificado de nuevo).
Suetonio
Cayo Suetonio Tranquillo probablemente nació en Roma en torno a los años 68-70. De su vida solo se sabe lo poco que cuenta en sus escritos. Era un hombre de letras y entre sus cargos estaba dirigir las bibliotecas de la ciudad, supervisar la biblioteca privada del emperador, asesorarle en materias literarias y redactar sus escritos y decretos. Su obra fundamental es Vida de los doce Césares, que en ocho libros abarca los reinados desde Julio César hasta Domiciano. En el libro V, Claudio, cap. 25, versículo 4[8], podemos leer:
“Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto.”
Esta expulsión la podemos leer confirmada en Hechos de los Apóstoles, 18, 1-2:
“Después de esto dejó Atenas (Pablo) y se fue a Corinto. Allí encontró a un tal Áquila, judío natural del Ponto y a su mujer Priscila[9]; habían llegado hacía poco de Italia, porque Claudio había decretado que todos los judíos abandonasen Roma.”
Los romanos eran tolerantes con todas las religiones, incluida la religión judía. Los cristianos eran considerados herejes por los judíos, con los que habría gran cantidad de denuncias y enfrentamientos entre miembros de ambas confesiones.
En el libro VI, Nerón, capítulo 16, narra diversas medidas coercitivas y castigos, y “se entregó al suplicio a los cristianos, una clase de personas que profesa una superstición nueva y perniciosa.”[10]
Suetonio no menciona el motivo por el que se castigaron a los cristianos, aunque podemos suponer que fue la respuesta de Nerón por el incendio de Roma.
III. Fuentes cristianas después del año 70
En el año 64, Nerón envió a Judea como procurador a Gesio Floro quien parecía que “había sido enviado a Judea para hacer ostentación de perversidad, alardeaba de los desafueros cometidos contra nuestro pueblo, no excluyendo forma alguna de rapiña ni de suplicio inicuo.”[11]
Las protestas desembocaron en la sublevación de los judíos en el año 66, y para sofocarla, Nerón envió al general Vespasiano y a su hijo Tito. Cuando Vespasiano subió al trono, Tito continuó la campaña con la toma de Jerusalén y la destrucción del Templo el 26 de septiembre del año 70. Murieron más de un millón de judíos en todo el conflicto.
Con esta guerra coincide la desaparición de los testigos directos de Jesús, pues Pablo y Pedro murieron en Roma durante la persecución ordenada por Nerón y también leemos en Antigüedades judías, página 1234:
“Anán, (…) instituyó un consejo de jueces, y tras presentar ante él al hermano del llamado Jesucristo, de nombre Santiago, y a algunos otros, presentó contra ellos la falsa acusación de que habían trasgredido la ley y, así, los entregó a la plebe para que fueran lapidados.” Esto ocurrió en el año 62.
El año 70 es crucial para el cristianismo y sobre todo para el judaísmo, pues había desaparecido el Templo como referencia para el culto y las ofrendas a Dios. Si la destrucción del primer templo en el 586 a.C. supuso un estallido creativo en los exiliados en Babilonia, la destrucción del magnífico templo de Herodes fue la salvación para que el cristianismo no desapareciera, pues es a partir de ahora cuando se escriben los Evangelios como una respuesta a esta crisis sobrevenida del año 70. Los Evangelios suponen un salto adelante por ser puestos por escrito y por adoptar una forma literaria de biografía, aunque es cierto que los evangelistas no se preocupan por la cronología. Los evangelistas no escriben un libro para dar su concepto personal sobre Jesús, sino que ellos son apóstoles de Jesús y por tanto se presentan como testigos.
En cuanto a la atribución de los Evangelios a Mateo, Marcos, Lucas y Juan fue hecha en el siglo II por San Ireneo de Lyon (Esmirna, h. 130-Lyon, 202) en su libro Contra las Herejías (Adversus haereses), 3.1.1:
“Mateo, quien predicó a los hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que éstos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente, Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro el Evangelio que éste predicaba. Por fin Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso.”
Evangelio de Marcos
Autor: atribuido a Marcos. Escrito en Siria poco después del año 70, y cuya última redacción posiblemente fue en Roma. Está dirigido a una comunidad de procedencia pagana, aunque habría miembros procedentes del judaísmo. Rafael Aguirre escribe en su libro Así empezó el cristianismo, pág. 209, sobre el Evangelio de Marcos que “el objetivo de esta obra es recuperar la historia de Jesús en un momento en que por el paso del tiempo y la muerte de los testigos de la primera hora se corría el peligro de perder su memoria. (…) El hecho de que se escribiese una biografía de Jesús pone de relieve que la persona de Jesús va adquiriendo una importancia creciente entre sus discípulos pospascuales.”
El autor (o los autores) recopila tradiciones de carácter oral y que circulaban entre los seguidores de Jesús y, por supuesto, la mención a la guerra reciente y a la destrucción del Templo en el capítulo 13:
“Y cuando salía del templo le dijo uno de sus discípulos: «Maestro, mira qué piedras y qué edificaciones». Jesús le respondió: «¿Ves esos grandes edificios?; pues serán destruidos, sin que quede piedra sobre piedra».
También refleja la ruptura dolorosa con la corriente principal del judaísmo y las tensiones entre judíos y cristianos en el capítulo 2, 21-22: “Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo tira de lo viejo- y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos”.
El Evangelio de Marcos es el más breve con sus dieciséis capítulos y empieza con las palabras: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.”
Nos presenta primero a Juan Bautista, el bautismo de Jesús y la tentación de Jesús en el desierto. Sigue con el llamamiento de los primeros discípulos, las primeras curaciones, la elección de los doce apóstoles, las primeras parábolas, y en el capítulo 5 ocurre la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo. En el capítulo 7 Jesús discute con los escribas y fariseos sobre la Ley y las tradiciones, a las que no hay que aferrarse a machamartillo, “Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre. (…) Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.”
La curación de la hija de la siriofenicia (7,24-30) es una muestra por parte de Marcos de que el mensaje de Cristo debe llegar a todos, no solo a los circuncisos.
Entre dos anuncios de que moriría y resucitaría, ocurre el suceso de la transfiguración, y entre el segundo anuncio y el tercero de su muerte sucede el maravilloso momento de Jesús y los niños. “En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Este pasaje nos debe hacer reflexionar, pues son a veces dogmas, reglas y costumbres que nos han ido rodeando el cuerpo como las vendas de una momia.
En el capítulo 11, Jesús entra triunfalmente en Jerusalén, y a continuación Marcos narra el caso de la higuera. Con el capítulo 14 se abre el ciclo de la Pasión, en el capítulo 15 Jesús está ante Pilatos, es crucificado, muere y es sepultado.
En el capítulo 16, las mujeres van con perfumes para embalsamar el cuerpo, se encontraron la piedra corrida, entraron en el sepulcro y vieron a un joven vestido de blanco quien les comunica que Jesús ha resucitado y les dice que lo verán en Galilea. El Evangelio de Marcos termina de esta forma abrupta, y posteriormente se añadió un apéndice (16, 9-20) que no figura en ninguno de los manuscritos antiguos conservados.
Me gustaría destacar el detalle de un testigo directo (¿Marcos?) del prendimiento de Jesús como leemos en el capítulo14, 50-52: “Y todos le abandonaron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.”
Evangelio de Mateo
Autor: atribuido al apóstol Mateo. Escrito en la zona de Antioquía de Siria hacia el año 80. El Evangelio de Mateo asume el de Marcos añadiendo otras fuentes, especialmente el documento Q. Está dirigido fundamentalmente a una comunidad judeocristiana, se vincula a la tradición petrina, al resaltar la figura de Pedro. Recurre con maestría al Antiguo Testamento para mostrar que Jesús da cumplimiento a las profecías. Mantiene una dura polémica con las autoridades judías, con lo que podemos vislumbrar el conflicto de las comunidades cristianas con la secta de los fariseos, la cual trataba de redefinirse tras haberse destruido en el año 70 los elementos básicos del judaísmo: Templo, culto y sacerdocio.
Los dos primeros capítulos serían el Evangelio de la infancia de Jesús, nos hablan de su genealogía remontándose hasta Abrahán, su nacimiento en Belén, la llegada de los magos siguiendo la estela de la estrella, la matanza de los inocentes, la huida a Egipto y tras la muerte de Herodes, el regreso a Nazaret.
Tras el Bautismo relatado en el capítulo 3, llegan las tentaciones y el llamamiento a los primeros discípulos (cap.4). En los capítulos 5-7, se localizan los grandes discursos de Jesús en el sermón de la montaña: las bienaventuranzas, normas para la oración (“Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto”), el Padre nuestro, fustigamiento de la hipocresía, y encomiar la recta conducta: “no juzguéis para que no seáis juzgados (…) lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas.”
En los capítulos 8-9 hay una cantidad de milagros y aumento del número de discípulos, hasta llegar al número importante para el judaísmo de doce apóstoles a los que envió a predicar a las ovejas descarriadas. Se aprecia que las comunidades cristianas están en peligro pues leemos en 11, 23: “Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del Hombre.”
En el capítulo 13 se recogen diversas parábolas sobre el reino, entre ellas la del sembrador y la de la cizaña, y al final del mismo vuelve a Nazaret “y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo esto?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta». Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.”[12]
La muerte de Juan Bautista es descrita en el capítulo 14; en el 15 narra nuevas discusiones con los fariseos y en el 16 además de anunciar por primera vez su muerte y resurrección, confirma el primado de Pedro (16, 18):
“Ahora te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.”
Jesús no fundó ninguna iglesia, pero desde el concilio de Jerusalén tras la controversia en Antioquía entre Pablo y Pedro, la postura de Pedro prevaleció, en el sentido de que los bautizados no tenían que circuncidarse, pero habían de observar unas normas mínimas de pureza judía (Hechos, 15, 1-35). La iglesia de Mateo es la de Antioquía, perfectamente constituida. Pero ya desde San Ignacio de Antioquía, la iglesia de Roma es honrada como la primera, pues desciende de la tradición apostólica.
A partir del capítulo 21 entramos en los últimos días de Jesús: entrada en Jerusalén, expulsión de los vendedores del templo, enfrentamiento con sacerdotes y fariseos, anuncio de la destrucción del templo. Los sumos sacerdotes y los ancianos se pusieron de acuerdo para prender a Jesús cuando la ocasión fuera propicia y un discípulo, Judas Iscariote, se ofreció a entregarle. Los hechos todos los conocemos: acabada la cena en la que instauró la Eucaristía, se retiraron al huerto de Getsemaní a orar y allí Jesús fue apresado. En el Sanedrín presidido por el sumo sacerdote Caifás lo condenó a muerte, pero como no tenían potestad para ejecutar la sentencia, lo llevaron ante Pilatos con la acusación de que se decía a sí mismo rey. Ese era para los romanos el principal delito, que alguien quisiera ser como el César. De modo que a Jesús le condenó el poder militar, el ejecutivo y el eclesiástico. Fue condenado a morir crucificado como los criminales. Jesús resucitó y en Galilea se apareció a sus discípulos (28, 18-21):
“Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pue, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.»”
La obra lucana
Comprende dos obras atribuidas a San Lucas hacia el año 90 posiblemente en Roma: el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles, pues es opinión unánime de todos los estudiosos que ambos libros son obra del mismo autor, y que los Hechos son continuación del Evangelio a juzgar por como comienza Hechos: “En mi primer libro, Teófilo, escribí todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo”.
Evangelio de Lucas
Se desconocen datos fidedignos acerca de Lucas. Se suele decir de él que era oriundo de Grecia (¿Filipos?), de nombre Lucano o Lucio, era un hombre culto, posiblemente médico, pues así se refiere a él en los saludos finales en la Epístola a los colosenses (4, 18): “Os saludan Lucas, el querido médico y Dimas” y también aparece en la segunda carta a Timoteo (atribuida a Pablo), 3, 11: “Lucas es el único que está conmigo.” Se refiere a cuando Pablo está encarcelado en Roma.
Este Evangelio tiene como fuentes principales a Marcos y Q, además de otras propias, porque es el Evangelio que más habla sobre el nacimiento de Jesús. Según la tradición, que recoge la novela histórica Médico de cuerpos y almas de Taylor Cadwell (Manchester, 1900-Greenwich, Connecticut, 1985), Lucas visitó a María, recibió sus confidencias sobre Jesús e incluso pintó un retrato de la Virgen.
Lucas escribió en el griego popular koiné, pero su elegancia indica que era conocedor del griego clásico. Además de su formación helenística, tiene un buen conocimiento del judaísmo, por lo que es una buena muestra cómo en el cristianismo primitivo se encontraron[13] la cultura helenística y el mundo bíblico judío.
El Evangelio de Lucas se inicia con un prólogo de cuatro versículos en el que se dirige a un tal Teófilo y le indica sus intenciones al escribir lo que le ha sido trasmitido y él ha averiguado en sus investigaciones. Los dos primeros capítulos es el evangelio de la infancia dando noticias del anuncio del nacimiento de Juan Bautista y de Jesús, la visita de María a Isabel, con el Magnificat, el nacimiento de Juan, el nacimiento de Jesús con el anuncio a los pastores, la circuncisión y la visita al templo a los doce años.
En el capítulo 3, después del bautismo de Jesús, Lucas escribe una genealogía que llega hasta Adán y que difiere de la que escribió Mateo. Al llegar hasta Adán, Lucas nos indica que Jesús es hermano nuestro. Tras las tentaciones, Jesús comienza su vida pública por Galilea, recluta a los primeros discípulos y tienen lugar las primeras curaciones y el sermón de la montaña. Cura al criado de un centurión, pese a que está al servicio de la potencia invasora y al hijo de la viuda de Naín. Todo el evangelio de Lucas es recorrido por la palabra perdón, como en el episodio narrado en 7, 36-50, sucedido en la casa de un fariseo, con la mujer pecadora que “colocándose detrás junto a sus pies, llorando se puso a regarle los pies, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”. Cuando el fariseo critica la situación, Jesús acaba diciendo que “sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho”.
Jesús es misericordioso, cura a la hemorroisa y resucita a la hija de Jairo, y sobre todo perdona, sin importar distinción de sexo o credo, en todo caso siempre está con el oprimido.
En cierta ocasión, un gentil le dijo al gran rabino Hillel (Babilonia, h.60 a.C.-Jerusalén, h.10 d.C.) que se convertiría si podía recitarle la Torá a sosteniéndose con un solo pie. Hillel respondió: «No hagas a lo demás lo que no quieras que te hagan a ti; todo lo demás es comentario». También a Jesús le interpeló un maestro de la ley (10, 25-37) para ponerle a prueba preguntando qué necesitaba para heredar la vida eterna. Jesús le preguntó por lo que está escrito en la ley: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”. El maestro de la ley le preguntó que quién era su prójimo, y Jesús nos legó la parábola del buen samaritano.
Hay una segunda etapa en la que abundan las enseñanzas, como el Padre nuestro, sobre la necesidad de la oración, la necesidad de mantener la casa unida, la enseñanza sobre la luz, advertencias a los fariseos y escribas, contra la hipocresía, necesidad de estar vigilantes, de convertirnos y la curación de dos personas en sábado.
Cuando se alude tanto a la libertad de expresión, conviene recordar Lucas, 17,1-2:
“Es imposible que no haya escándalos; pero ¿ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.”
Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús come en casa de Zaqueo y ante la actitud arrepentida de este último, Jesús nos recuerda que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Conocemos cómo se aceleran los acontecimientos: expulsión de los mercaderes del templo; ataques a los escribas y fariseos por su ostentación; conspiración de los sacerdotes y escribas para quitarlo de en medio, y cena pascual con la instauración de la Eucaristía. En esa cena, dice a sus discípulos que “el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor”.
El drama continúa con su detención, agravado con su soledad y la triple negación de Pedro, el primero de los apóstoles.
Jesús es llevado al Sanedrín (la máxima autoridad religiosa), donde con preguntas capciosas es condenado a muerte y llevado ante Pilatos. Le acusan de alborotos, negar el pago de los impuestos y de que es el Mesías rey. Pilatos lo manda a Herodes por ser galileo. Jesús no contesta al rey y es devuelto a Pilatos, quien cede a las presiones de la muchedumbre hábilmente manipulada por los sacerdotes.
Jesús es crucificado y en esos momentos muestra su talante al pedir perdón para los que le torturan. A ambos lados de Jesús están condenados dos ladrones[14]. Jesús expiró entre tinieblas a la hora nona y el centurión reconoció que el reo era un hombre justo.
En la madrugada del domingo, las mujeres se acercaron al sepulcro y lo vieron vacío y vieron dos hombres con vestidos refulgentes que se dirigieron a ellas:
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.”
Lucas nos narra el episodio de los discípulos de Emaús, la aparición de Jesús a los apóstoles y discípulos y finaliza el Evangelio con la Ascensión de Jesús.
Hechos de los Apóstoles
Narra los primeros pasos del cristianismo y por eso su valor histórico es grande, aunque no en el sentido romano sino en el bíblico. Es una versión idealizada y simplificada. El libro está dirigido básicamente a los grupos paulinos, pues si en un principio figuran los apóstoles con la elección de Matías para sustituir a Judas Iscariote, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y los discursos de Pedro, tras el martirio de Esteban, aparece la figura de Saulo, quien camino de Damasco tuvo una visión que supuso que a partir de ahora sería Pablo, el apóstol de los gentiles. A partir del llamado Concilio de Jerusalén (cap. 15), Pablo y Bernabé deciden seguir su misión y Hechos nos narra sus viajes. Debemos recordar que Pablo era ciudadano romano, por lo que tenía libertad de movimientos por todo el imperio, algo que era complicado para un judío.
Pablo no era bien recibido en Jerusalén, pues incluso los judeocristianos le acusaban de predicar que debían abandonar las enseñanzas de Moisés, y cuando entró en el templo, lo detuvieron los judíos; ante el alboroto llegaron los soldados romanos y cuando lo llevaban al cuartel, Pablo le rogó al centurión que le permitiera hablar al pueblo y pese a su testimonio el tribuno ordenó que lo llevasen al cuartel y lo azotasen, pero Pablo se dio a conocer como ciudadano romano. Como los judíos se conjurasen para matar a Pablo, el tribuno ordenó conducirlo a Cesarea con una escolta de protección. Pasado algún tiempo, los judíos reclamaron al procurador Festo que trajera a Pablo a Jerusalén. Festo interrogó a Pablo y este contestó:
“Estoy ante el tribunal de César, que es donde tengo que ser juzgado. (…) Apelo al César” Entonces Festo, tras deliberar con el consejo, respondió: “Has apelado al César; irás al César”.
Se preparó el viaje a Roma por mar de Pablo y otros prisioneros bajo la custodia de un centurión llamado Julio. Hubo una tempestad y el barco naufragó cerca de la costa de Malta. Tres meses después, embarcaron rumbo a Roma, y el libro termina con estas palabras:
“Permaneció allí durante un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos”
Rafael Aguirre dice que“El protagonista de los Hechos de los Apóstoles es el Espíritu Santo”.
El “corpus joánico”
Autor: atribuido al apóstol Juan. Consta del Evangelio de Juan, escrito hacia 90-100 y las tres Epístolas de Juan escritas hacia 100-110 todo ello en una zona siropalestina bajo la influencia de Antioquía. Casi todos los investigadores dan por hecho que el Apocalipsis[15], escrito durante las persecuciones de Domiciano no es obra de Juan, aunque en el comienzo del mismo escribe que la revelación de Jesucristo sobre lo que tiene que suceder pronto, “la dio a conocer enviando un ángel a su siervo Juan”.
“El evangelio de Juan es muy diferente de los relatos evangélicos de Marcos, Mateo o Lucas. Es cierto que encontramos algunas semejanzas importantes, pero el enfoque del escrito, el marco de la actividad de Jesús, su lenguaje y, sobre todo, su contenido teológico le dan un carácter propio. El evangelio de Juan ilumina la persona de Jesús y su actuación con una profundidad nunca antes desarrollada por ningún otro evangelista.”[16]
Al igual que con los evangelios sinópticos, el cuarto evangelio es obra de la experiencia de comunidades influidas por el judaísmo y el helenismo y que conservaron las tradiciones y jugaron un papel en su elaboración. El nombre de Juan, “el discípulo amado”, fue asignado muy posteriormente.
Según muchos estudiosos, Juan se habría apoyado en algún evangelio anterior, como la Fuente de Signos y el Relato de la Pasión. Sabemos que, tras la muerte de Jesús, se encontraron en Jerusalén los discípulos y otras personas de diferentes procedencias, tal vez algunas llegaron a escuchar y seguir a Jesús y también los seguidores de Juan Bautista. El grupo joánico se inicia pues en Jerusalén y eso se nota en el perfecto conocimiento de su topografía:
“Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda[17]. Esta tiene cinco soportales”. (Juan, 5, 2).
En la curación del ciego: “Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. (Juan, 9, 6-7).
Posiblemente estos grupos, críticos con el Templo, salieron de Jerusalén ante los linchamientos y la lapidación de Esteban, como se escribe en los Hechos de los Apóstoles y porque tenían la amenaza de ser expulsados de las sinagogas:
“(…) tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías”. (Juan, 9, 22).
En su camino hacia el norte cruzaron Samaría y se dirigieron a Antioquía. El paso por Samaría lo avala el episodio de la samaritana en el capítulo 4, con el problema teológico que ella le plantea a Jesús:
“Nuestros padres dieron culto en este monte[18], y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto es en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte no en Jerusalén adorarán al Padre. (…) Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
El relato sigue con el ruego por parte de los samaritanos de que Jesús se quedara con ello y oyendo su predicación, le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos dices; nosotros mismos lo hemos oído ya sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.”
El Evangelio de Juan comienza con un prólogo en el que no presenta a Jesús como la Palabra hecha carne. Dios es un Dios encarnado, un Dios que no se contempla a sí mismo en las moradas celestiales inaccesibles, sino que ha decidido tomar parte de la historia del género humano. En las misas anteriores al Concilio Vaticano II, dichas en latín y con el sacerdote de espaldas a los fieles, se rezaba al final de las mismas lo que se llamaba el último evangelio, estos 18 versículos del capítulo 1 de Juan.
En las bodas de Caná se manifiesta el primer milagro. En el capítulo 3 figura la visita nocturna de Nicodemo, un fariseo y jefe judío. Jesús nos dice que hay que nacer de nuevo, o sea debe morir el hombre viejo y debe nacer el hombre nuevo de agua y del Espíritu para poder entrar en el reino de Dios.
A Jesús le seguía una muchedumbre y en cierta ocasión produjo el milagro de la multiplicación de los panes y quisieron hacerle rey, pero él se retiró solo a la montaña. Sus discípulos se embarcaron hacia Cafarnaúm. El mar se encrespó y vieron cómo Jesús se acercaba andando sobre las aguas.
El Evangelio de Juan contiene varios discursos de alto contenido teológico como, por ejemplo, el discurso del pan en Cafarnaúm. Jesús dijo a los oyentes en la sinagoga:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre. (…) Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.»
Los judíos murmuraban y muchos discípulos se marcharon. Cuando Jesús se volvió a los Doce y les preguntó si querían irse, Pedro le contestó:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.”
El Evangelio nos narra el episodio de la mujer adúltera. La mujer fue llevada ante Jesús por unos hombres con piedras en la mano y le preguntaron si debían lapidarla como manda la ley de Moisés: Jesús escribía en el suelo dibujos o palabras e irguiéndose dijo: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Todos se retiraron.
Tras la resurrección de su amigo Lázaro, los fariseos convocaron el Sanedrín y el sumo sacerdote Caifás dijo esa frase que tan bien usan todos los dictadores:
“Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo y no perezca la nación entera.”
Se suele decir que la última cena era la cena pascual, pero el capítulo 13 (donde comienza el ciclo de Pasión) empieza con estas palabras: “Antes de la fiesta de la Pascua”. En la última cena escrita por Juan, no figura la Eucarístía, pero sí el lavatorio, amén de un largo discurso de despedida que ocupa tres capítulos. A partir del capítulo 18 nos encontramos la escena del prendimiento, su comparecencia ante las autoridades religiosas y la militar. La turba exigió que Jesús fuera crucificado, pues “No tenemos más rey que al César” vociferaba el pueblo.
Al pie de la cruz, estaban María, Juan (ambos no figuran en los sinópticos) María Magdalena y María la de Cleofás. Cuando resucitó se apareció a María Magdalena y luego a sus discípulos. El capítulo 21 es un epílogo añadido posteriormente y en él epílogo encontramos a los discípulos en Galilea y vuelve a aparecerse Jesús y demuestra su condición de “cocinillas”. Jesús se acercó a la orilla y les preguntó si tenían pescado, ellos dijeron que no y él les mandó que echaran la red.
“La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor» (…) Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. (…) Jesús les dice: «Vamos, almorzad.» (…) Esta es la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.”
En el Evangelio destaca la figura de Pedro, pero surgen disensiones en los grupos joánicos tal y como se aprecia en las epístolas de Juan y por eso recomienda que estemos vigilantes y no sigamos a los falsos profetas.
Resto de las Epístolas
Carta a los colosenses
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 80 probablemente en Éfeso. En ella remarca el señorío universal de Cristo, las preocupaciones apostólicas y exhortación de las virtudes que deben tener los creyentes.
Carta a los hebreos
Autor: atribuida a Pablo. Escrita probablemente en Roma hacia el año 80. Los puntos son: superioridad de Jesús como hijo de Dios; superioridad del sacerdocio de Jesús y finalmente cuestiones prácticas.
Segunda carta a los tesalonicenses
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 80. La carta corrige ciertos desfases en la interpretación de la segunda venida de Jesús (Parusía) y exhorta para la cohesión de la comunidad.
Primera carta de Pedro
Autor: Discípulo de la herencia de Pedro en Roma. Escrita en el norte de Asia menor hacia el año 80. Está dirigida a los peregrinos de la diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Supone una afirmación acerca de la identidad cristiana, pues la pasión de Cristo es el origen de nueva identidad cristiana. Termina con unas exhortaciones a los presbíteros, a los jóvenes y a la solidaridad frente a los sufrimientos que soporta la comunidad.
Carta a los efesios
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 85 puede que en Éfeso. Comienza con un himno a Jesús, nos recuerda que hemos sido creados en Cristo seamos judíos o gentiles. “Un Señor, una fe, un bautismo”. Nos pide que nos despojemos del hombre viejo y que nos revistamos con la nueva condición humana creada a imagen y semejanza de Dios.
Carta de Santiago
Autor: judeocristiano admirador de Santiago. Escrita probablemente en Roma hacia el año 85. No sabemos quién este Santiago. En el Nuevo Testamento encontramos a Santiago el hijo de Alfeo, uno de los doce apóstoles (Marcos 3,18), a Santiago hijo de Zebedeo y hermano de Juan, patrón de España y venerado en Santiago de Compostela y, por último, Santiago el hermano de Jesús, quien, si en los primeros pasos de Jesús le es hostil, cambió su actitud tras la resurrección. Es el obispo de Jerusalén cuando se produce el concilio de Jerusalén. La carta va dirigida a las doce tribus de la diáspora. Lutero despreciaba esta epístola, pues Santiago discute en su carta si es mejor la fe o las obras.
Carta de Judas
Autor: judeocristiano heredero de la sabiduría atribuida a la familia de Jesús. Judas se presenta como siervo de Jesucristo y hermano de Santiago. Exhorta a la consolidación de la fe y advierte sobre los falsos maestros. Como curiosidad cita la disputa del arcángel Miguel con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, algo que estaba escrito en el apócrifo judío Testamento o Asunción de Moisés de autor anónimo escrito entre el 7 a.C. y el 30 d.C.
Primera carta a Timoteo
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 100 en Roma o en Éfeso. Pablo nos da normas sobre el comportamiento en las asambleas, acerca del episcopado:
“Conviene que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar…”
También se refiere a los diáconos, “sean asimismo respetables, sin doble lenguaje, no aficionados al mucho vino ni dados a negocios sucios; que guarden el misterio de la fe con la conciencia pura.”
Exhorta a respetar a los ancianos, a las viudas y a los presbíteros, y por último que los ricos que no sean altaneros y que estén dispuestos a compartir.
Segunda carta a Timoteo
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 100 en Roma o en Éfeso. Pide seguir el ejemplo de Pablo, y que perseveremos con Cristo.
Carta a Tito
Autor: discípulos de Pablo; atribuida a Pablo. Escrita hacia el año 100 en Roma o en Éfeso. Vuelve a escribir sobre las cualidades que deben tener obispos y presbíteros y sobre los falsos maestros que no son más que charlatanes.
Segunda carta de Pedro
Autor: Discípulo de la herencia de Pedro en Roma. Escrita en el Asia Menor o en Roma hacia el año 130. Pedro exhorta a la vida virtuosa recordando la enseñanza de Cristo; condena a los falsos maestros y justifica el retraso de la Parusía.
- Apéndice
- Edad de Jesús
En el museo de Israel en Jerusalén se encuentra la llamada “Piedra de Pilatos” descubierta en 1961 en el yacimiento arqueológico Cesarea Marítima, ciudad fundada por Herodes y que fue el cuartel general de Pilatos. En la inscripción podemos leer:
[DIS AUGUSTI]S TIBERIÉUM
[…PO]NTIUS PILATUS
[…PRAEF]ECTUS IUDA[EA]E
[…FECIT D]E[DICAVIT]
Esta piedra constituye el registro más antiguo con datos de este personaje histórico citado en el Nuevo Testamento y en las historias romanas. Pilatos gobernó la provincia romana de Judea entre los años 26 y 36. Por tanto, deducimos que Jesús fue condenado por Pilatos en ese intervalo de [26-36].
Por otro lado, conocemos la aparente contradicción, “Cristo nació antes de Cristo” que paso a explicar.
Dionisio el Exiguo (460/465-525/550) fue un monje erudito y matemático, creador del cálculo de la era cristiana o Anno Domini (año del Señor). El problema es que Dionisio se equivocó en unos 4 a 7 años al datar el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús nació el año 753 desde la fundación de Roma, cuando debió suceder hacia el 748.
Según los historiadores, Herodes I el Grande murió el año origen de nuestra era[19] y dado que, según la Biblia, mandó matar a los niños menores de dos años podemos suponer que nació dos años antes, el 6-7 de nuestra era.
Uniendo este dato con el de Pilatos, resultaría que Jesús tuvo una edad comprendida entre
30 y 42 años.
Podemos precisar algo más, pues según los estudios astronómicos realizados por Colin Humphreys y W. G. Waddington de la Universidad de Oxford han revelado que el 3 de abril del año 33, correspondiente al 14 de Nisán del calendario judío, hubo un eclipse parcial que oscureció el cielo de Jerusalén, lo cual concuerda con el relato de Lucas, 23, 44-45: “Era ya como la hora sexta[20], y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora de nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio.”
Este último dato nos permite afinar un poco más y concluir que entre 37 y 40 años fue la edad de Jesús.
[1] Aurelio de Santos Otero: Los Evangelios Apócrifos, pp. 656-663. Editorial BAC, Madrid, 2002.
[2] James M. Robinson, Paul Hoffmann: El documento Q en griego y español, 2ª edición. Traducción, Santiago Guijarro y Esther Miquel. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2002.
[3] Todas las citas bíblicas están tomadas de Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2010.
[4] Flavio Josefo, Antigüedades judías, Libros XII-XX, página, 1089. Edición de José Vara Donado. Tercera reimpresión. Akal Clásica. Tres Cantos, Madrid, 2009.
[5] Plinio, Cartas, Libro X, pp.551-53. Traducción de Julián Fernández. Editorial Gredos. Madrid, 2017.
[6] La persecución a los cristianos era local y esporádica; solo se requería que se hicieran sacrificios. Es con el edicto del emperador Decio del año 249 cuando la persecución es efectiva por todo el imperio.
[7] Tácito, Anales, libros XI-XVI, pp. 242-43. Traducción de José Luis Moralejo. Biblioteca Básica Gredos. Madrid, 2001.
[8] Suetonio, Vida de los doce Césares, vol. II, pp. 102-103. Traducción de Rosa María Agudo Cubas. Editorial Gredos. Madrid, 2017.
[9] Priscila es el diminutivo de Prisca, seguramente la persona citada más arriba en la Epístola a los romanos. El Ponto Euxino era el nombre latino del Mar Negro.
[10] Suetonio, Id. pag.142.
[11] Flavio Josefo, Antigüedades judías, Libros XII-XX, página, 1242.
[12] Acerca de los hermanos de Jesús han corrido ríos de tinta y explicaciones diversas. Tal vez por eso, y para respuesta catequética sobre este punto posiblemente fueron escritos los siguientes Evangelios apócrifos: Protoevangelio de Santiago (s. IV-V), Evangelio del Pseudo Mateo (s. V), libro sobre la Natividad de María (s. V-VIII) e Historia de José el carpintero (s. IV-V).
[13] Hibridación, llama Rafael Aguirre en su libro Así empezó el cristianismo, p. 231.
[14] En el Apócrifo Evangelio de Nicodemo (s. II) y en concreto en su primera parte titulada Actas de Pilatos, en el capítulo IX, 5, los dos ladrones figuran con los nombres de Dimas (el buen ladrón) y Gestas. Sin embargo, en el capítulo XXIII del apócrifo Evangelio árabe de la Infancia, los ladrones se llaman Tito y Dúmaco. El niño Jesús le dice a su madre: “Madre mía, de aquí a treinta años me han de crucificar los judíos en Jerusalén y estos dos ladrones serán puestos en cruz juntamente conmigo. Tito estará a la derecha, Dúmaco a la izquierda. Tito me precederá al paraíso.”
[15] No voy a comentar el Apocalipsis. Me es un libro extraño y no me siento capacitado para glosar un libro tan fantástico.
[16] José María Pagola: El camino abierto por Jesús. 4: Juan. Página 9. 2ª edición. Editorial PPC. Boadilla del Monte (Madrid), 2013.
[17] Copio textualmente la nota a pie de página de la Biblia:
La tradición textual fluctúa en relación con el nombre de la piscina; pero el lugar corresponde a las excavaciones arqueológicas en la actual iglesia de Santa Ana, al norte del recinto del templo.
[18] Se trata del monte Garizim, el monte sagrado de Samaría. Tras el cautiverio de Babilonia, se produjo un cisma y en su cima se construyó un templo que rivalizó con el de Jerusalén. Fue destruido por Juan Hircano, sumo sacerdote de la familia de los asmoneos que gobernó Judea desde el 134 a.C. hasta el 104 a.C.
[19] Para salvar la contradicción, en algunos libros de historia he leído en vez de a.C y d.C, las letras EC (era común) y AEC (antes de la era común).