“Criptografía” es una palabra de origen griego que significa “escritura escondida”. Consiste en elaborar mensajes con códigos secretos o criptogramas. Para descifrar un criptograma es necesario descubrir la clave del código que se ha creado y traducir cada uno de los signos aplicando esa clave.
Los mensajes cifrados han sido muy importantes a lo largo de la historia, desde el antiguo Egipto, y han sido utilizados por militares, espías, diplomáticos o detectives. Era necesario mandar mensajes de forma que, si el mensajero era interceptado, la información que portaba no corriera peligro y no cayera en manos del enemigo.
Podemos intentar elaborar mensajes cifrados redactando esos mensajes y utilizando códigos secretos de nuestra invención.
En general, existe un cifrado clásico ya en desuso que consiste en alterar el alfabeto. Con dos círculos unidos, puede establecerse una clave muy sencilla. Si giramos ambos círculos en sentido contrario, solo tendremos que establecer la correspondencia entre las letras del primer círculo y del segundo.
Ha habido a lo largo de la historia sistemas de mensajes cifrados destacables. Quizás el más famoso sea “Enigma”, durante la segunda guerra mundial. La británica Typex y la norteamericana SIGABA eran similares.
Pero como decíamos, estos sistemas utilizados en la segunda guerra mundial no han sido los únicos. El primer método de criptografía que se conoce es el Escítala, del siglo V a.C. Se trataba de un cilindro en el que se enrollaba el mensaje para poder descifrarlo.
Suetonio contaba en su Vida de los Césares que Julio César usaba un método (conocido como “cifrado César”) para enviar sus mensajes militares. Consistía en desplazar un alfabeto sobre otro tres espacios, de forma que si aparecía una D, esta era en realidad una A.
León Battista Alberti inventó un sistema de sustitución polialfabética en 1465. Se conoce como “cifrado de Alberti” y utilizaba unos discos de metal para cambiar fácilmente entre los diferentes alfabetos disponibles.
Lo que se conoce como “cifrado de Vigenère” fue inventado por Giovan Battista Belasso hacia 1533. Utiliza un alfabeto de 27 letras y se basa en series de caracteres que forman una tabla que se usa como clave.
En criptografía existe una variante de cifras que emplea signos particulares para sustituir palabras específicas (por ejemplo, un nombre relevante). El resto del mensaje se codifica empleando cifras ordinarias o se deja sin cifrar. Esta forma se llama “nomenclátor” y el caso más famoso es el de María Estuardo, Reina de Escocia. Fue ejecutada por su prima, Isabel I de Inglaterra, al descubrir los matemáticos de esta un complot contra ella (lo que se conoce como la conspiración de Babington).
Las tropas de Felipe II emplearon un cifrado alfabético de más de quinientos símbolos que se consideraba inexpugnable. Pero el matemático francés François Viète consiguió analizarlo.
El tratado más importante sobre criptografía en el siglo XIX fue realizado por Auguste Kerckhoffs, un lingüista y criptógrafo holandés que lo publicó en la Revista de Ciencias Militares de Francia en 1883. En este tratado el autor señalaba los seis principios básicos que debía cumplir un sistema criptográfico:
- Si el sistema no es teóricamente irrompible, al menos debe serlo en la práctica.
- La efectividad del sistema no debe depender de que su diseño permanezca en secreto.
- La clave debe ser fácilmente memorizable de manera que no haya que recurrir a notas escritas.
- Los criptogramas deberán dar resultados alfanuméricos.
- El sistema debe ser operable por una única persona.
- El sistema debe ser fácil de utilizar.
Los prisioneros rusos encerrados en prisiones zaristas utilizaron el cuadrado del historiador romano Polibio, que lo había ideado hacia el 150 a.C. En este cuadrado cada letra del alfabeto es reemplazada por las coordenadas de su posición en un cuadrado.
Una modificación de este método de Polibio fue usada por los alemanes durante la primera guerra mundial. Se trataba del cifrado ADFGVX. El cuadrado o matriz utilizado era de 6×6 y servía para sustituir cualquier letra del alfabeto. Los números eran pares de letras tomadas del nombre del método.
Enigma era una máquina de cálculo de cinco rotores que automatizaba los cálculos necesarios para las operaciones de cifrado y descifrado de mensajes. Sus rotores variaban cada vez que se pulsaba una tecla, de forma que cada letra del alfabeto ofrecía muchas posibilidades. Fue Alan Turing el principal responsable de que se descifrara Enigma. Inventó “la bomba”, una máquina que permitía descifrar los mensajes del ejército alemán de forma masiva (se calcula que en 1943 se conseguía traducir más de 80 mil mensajes al mes).
Claude Shannon y sus teorías sobre la información marcaron un hito también en el desarrollo de la criptografía. En 1948 trabajaba en los laboratorios Bell y presentó un artículo en el que las técnicas de codificación se modernizaron para transformarlas en procesos matemáticos avanzados. El análisis de frecuencia se basaba en la estadística y Shannon introdujo el concepto de “distancia de unicidad”, que marcaba la longitud que se necesita de un texto cifrado para poder descifrarlo.
A partir de 1970 se utiliza el estándar de cifrado de datos o DES (más tarde sustituido por AES). Comenzaron a desarrollarse también los sistemas asimétricos (clave pública y clave privada), que permiten hoy utilizar la criptografía en, por ejemplo, la firma digital, el correo electrónico o las llamadas desde un teléfono móvil.