El período del epígrafe coincide en España con la dictadura del general Franco. Tras la guerra civil, la novela española reinicia su camino con autores de la generación anterior y otros nuevos. Será necesario distinguir la narrativa del exilio de la que se produce en España. Y, por otro lado, podremos observar la existencia de una novela tradicional, cercana al realismo deminonónico, y otra novela que busca dibujar la triste realidad social de aquellos años de la posguerra.
En cualquier caso, entre 1936 y 1975 destacaremos tres hechos importantes para señalar el renacer de la novela española: la aparición en 1942 de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, el Premio Nadal a la novela de Carmen Laforet Nada (1945) y la publicación de novelas de Miguel Delibes y Gonzalo Torrente Ballester.
Sobre los autores que publican en el exilio podemos señalar que añoran España, pero plantean temas muy variados. Los autores más importantes en esta narrativa son Rosa Chacel, Ramón J. Sender y Francisco Ayala. La primera tiene un estilo cuidado y destaca por el estudio psicológico de los personajes. Entre otras obras, publica en el exilio Memorias de Leticia Valle. Ramón J. Sender es un escritor comprometido, de tendencia realista, autor de Crónica del Alba (1942-1966) y Réquiem por un campesino español (1953), centrada en un episodio de la guerra civil. Francisco Ayala es un autor comprometido con el ser humano y con la sociedad. Escribió colecciones de relatos breves y novelas como Muertes de perro (1958).
Con respecto a la narrativa que se crea en España, podemos señalar que hubo una pérdida de referencias literarias por la muerte de escritores como Unamuno, Valle y el exilio a causa de la guerra, así como la censura, que hace necesario crear una nueva tradición novelística rompiendo con el vanguardismo y la experimentación de antes de la guerra. En los años 40 la novela se puede clasificar dentro de tres tendencias, todas ellas caracterizadas por una visión pesimista y existencial de la realidad. Hay una tendencia ideológica, auspiciada por el régimen franquista, en la que los vencedores son los buenos y los vencidos los malos (que podemos encontrar en la novela Javier Mariño (1943) de Gonzalo Torrente Ballester); una realista clásica, en la que aparece retratada la burguesía, sus valores y comportamientos, con argumentos extensos y una larga sucesión de hechos en un periodo largo de tiempo (un ejemplo sería Mariona Rebull (1943) de Ignacio Agustí); y finalmente habría una novela de humor y fantasía, en la que se crean mundos imaginarios para evadirse de una realidad demasiado terrible (es el caso de El bosque animado (1943) de Wenceslao Fernández Flórez).
Otra de las obras que renuevan la novela en este periodo es Nada (1945) de Carmen Laforet, situada en el ambiente urbano de Barcelona, y que cuenta la historia de una chica que se traslada a casa de su abuela en Barcelona para estudiar en la universidad.
Por otro lado se produce una renovación de la novela con La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela. Esta obra inauguró el llamado tremendismo que se caracteriza por mostrar los aspectos más sórdidos de la realidad de una manera cruda. El personaje de Pascual Duarte vive en un pueblo de Extremadura y solo conoce la violencia como forma de solucionar los problemas que le surgen en la vida. El argumento es truculento y violento. Su influencia llega a los años 50 hasta el realismo social cultivado por Rafael Sánchez Ferlosio (con su novela El Jarama), Ana María Matute (con Los Abel) e Ignacio Aldecoa (autor de El fulgor y la sangre) entre otros. Estos autores no buscan crear una literatura de evasión, sino que piensan que la novela debe cumplir una función social. En las obras del realismo social cobra importancia el protagonista colectivo, aparece en ocasiones la ironía o el escepticismo y se recogen diferentes tipos de habla en los diálogos.
Recordemos que Camilo José Cela con La Colmena (1951) renueva la novela en este periodo. La obra denuncia la realidad de la sociedad española del momento. Se enmarca en el realismo crítico ya que no solo muestra la realidad, sino que también la explica y la denuncia. El protagonista es colectivo; hay unos trescientos personajes, la mayoría de clase media baja y pequeña burguesía venida a menos, con una situación inestable y un futuro incierto. Se desarrolla en Madrid, en unos días de 1943. También se considera renovador dentro del realismo Miguel Delibes con El camino (1950), novela ambientada en la vida rural de posguerra, con niños como protagonistas, y que trata temas como la naturaleza, la muerte, el amor y la amistad.
Las innovaciones de estas obras serán aprovechadas por los autores de los 60, época de renovación y experimentación dentro de la novela española. Se produce el agotamiento del realismo social y los autores buscan nuevas formas narrativas. La renovación tiene que ver también con la influencia de autores como Kafka y Joyce y de la novela hispanoamericana del “boom”.
La obra fundamental que renueva este periodo es Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín-Santos. Rompe con lo precedente para llegar a lo que el autor llama “realismo dialéctico” a través de nuevas técnicas narrativas como el monólogo interior. Utiliza la segunda persona y el estilo indirecto libre. La novela habla de la frustración, la impotencia y el desarraigo de un joven médico investigador del cáncer en el Madrid de los años 50, reflejando la realidad nacional en ese marco social concreto. Otras obras importantes de esta época son la trilogía de Los gozos y las sombras (1957-62) de Gonzalo Torrente Ballester; Cinco horas con Mario (1966) de Miguel Delibes; Señas de identidad (1966) de Juan Goytisolo y Últimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé.
En general en estas novelas desaparece el narrador omnisciente, aparece el perspectivismo (diversos enfoques de la misma historia), hay finales abiertos, se produce la ruptura del relato lineal y hay variedad de registros lingüísticos. Todo ello permite una mayor participación del lector.
Durante los años 60 se produce una relajación de la censura. Paralelamente se desarrolla la nouveau roman y el boom de la novela hispanoamericana y se produce el contacto con novelistas en el exilio. Todo ello permite la experimentación narrativa. Se abre el periodo predemocrático en el que destacan obras como Una meditación (1970) y Un viaje de invierno (1972), de Juan Benet; Mortal y Rosa (1975), de Francisco Umbral; La saga/fuga de J. B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester y Yo maté a Kennedy (1972) de Manuel Vázquez Montalbán. Este autor cultiva sobre todo el género policíaco y fue el creador del detective Pepe Carvalho.
Finalmente, comenzará a quedar atrás el interés por la experimentación y los autores se centrarán más en la trama y la estructura de la novela, más tradicional, simple y lineal. Surgen diferentes tendencias (novelas policíacas, de aventuras, de intriga, costumbristas, fantásticas, de amor o novela negra). Entre los autores y obras más destacados de esta época están Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta (1975) y Juan Marsé con Si te dicen que caí (1973). Así, la novela seguirá diversos itinerarios, vinculados a veces a las necesidades editoriales y al éxito.