Cuando abordamos este tema, pensamos principalmente en los autores de la llamada generación del 98 y recordamos a Azorín, quien escribía: “Sentíamos el destino infortunado de España, derrotada y maltrecha, más allá de los mares, y nos prometíamos exaltarla a nueva vida. De la consideración de la muerte sacábamos fuerzas para la venidera vida. Todo se enlazaba lógicamente en nosotros: el arte, la muerte, la vida y el amor a la tierra patria”.
Pero el tema de España aparece por primera vez en la Crónica general de Alfonso X, en un capítulo titulado “En alabanza de España, porque está colmada de todos los bienes”.
Alfonso X realizó dos grandes obras históricas, la General Estoria y la Estoria de España. Esta última fue editada por Menéndez Pidal, que la tituló Primera Crónica General de España. Alfonso X concibió la historia como la de los pueblos que “ensennorearon” la tierra y de sus príncipes o señores naturales. La Estoria de España se estructuró siguiendo un plan que la dividía en los señoríos de los distintos pueblos que dominaron sucesivamente la Península (griegos, almujuces, cartagineses, romanos, pueblos bárbaros, godos, con mención a algún señor árabe).
Y hay múltiples versiones sobre este tema, de las que mostramos algunos ejemplos a continuación.
En el siglo XVII, Francisco de Quevedo mostraba su dolor por la decadencia española en “miré los muros de la patria mía”. El poeta encarna al español situado en el final de una época gloriosa. Y aunque el poema muestra al hombre solo ante la muerte, muestra también al consejero preocupado por la inminente ruina del país.
José Cadalso aporta en su obra una visión mesurada de la realidad española. El autor deseaba el progreso científico, técnico y moral del país. La obra Cartas marruecas presenta a tres personajes que mantienen una relación epistolar, a través de la cual se repasa la realidad española, al mismo tiempo que se presentan principios como la fraternidad y la amistad. Gazel es un joven marroquí que desea conocer España, Nuño es el español que lo acompaña y el personaje que usa Cadalso para exponer su opinión, y Ben-Beley es el maestro de Gazel, con el que intercambia cartas y que responde desde el punto de vista antiguo oriental. Los dos personajes extranjeros sirven para mostrar una visión de España sin prejuicios nacionalistas. En esta obra Cadalso puede profundizar en la esencia de los problemas que han convertido al país en “el esqueleto de un gigante”. La reflexión que se inicia con Cartas Marruecas continuará en Larra y llegará hasta la actualidad.
Mariano José de Larra criticó duramente los problemas de España en sus artículos, de manera que fue una conciencia crítica de su época. Aborda diferentes temas con ironía e intenta sembrar ideas que promuevan el progreso social. El autor muestra finalmente la difícil situación del escritor público en España, que se mantiene en una posición ingrata, tal como se resume en su “escribir en España es llorar”.
Más tarde, Bécquer en su faceta de periodista mostraría su admiración por Larra al expresar que las obras de este le enseñaron el dolor. En sus artículos, Bécquer presenta un amplio panorama de la sociedad española desde la época medieval. Y cuando muere en 1870, el periódico La Ilustración resalta su patriotismo. Y mientras Larra carecía de optimismo al abordar el tema de España, Bécquer mantiene la esperanza en el país.
La Inquisición española aparece, por ejemplo, en el cuento El pozo y el péndulo (1842), de Edgar Allan Poe. Se trata del monólogo de un preso en una celda donde es torturado. Está solo, a excepción de la compañía de ratas. La celda es oscura y húmeda y él está atado bajo un péndulo con una guadaña que desciende lentamente. Será salvado por un militar francés, cuyo ejército ha entrado en Toledo.
El poeta Rubén Darío llega a Barcelona en 1898 (ya había estado en Santander y Madrid) y realiza descripciones de las Ramblas, la ancha calle donde encuentra “un río humano” y su “incontenido movimiento”. El lugar era un trasunto de la modernidad, un escenario donde quedaba mezclado lo antiguo y lo moderno. De su conocimiento sobre el país surge España contemporánea, que recoge sus críticas hacia un país atrasado que conoce muy bien, una crítica en general precisa desde el punto de vista de un analista que muestra una sociedad que debe evolucionar para no quedar en una eterna mediocridad. Rubén Darío ama España, admira a Menéndez Pelayo o a Valle Inclán y conoce a los modernistas españoles. En su obra (también en Cantos de vida y esperanza) contrapone el poder de Estados Unidos como imperio que comienza al de España, el imperio que ha declinado. En su obra presenta también el retrato de la mujer española (la suavemente morena, la rosada, la de cabellos dorados o la gruesa), un cuadro donde mirar España, con su belleza y sus sombras. Y critica la enseñanza en una España atrasada, un país de una ignorancia inmensa y donde el número de analfabetos es colosal.
Rubén Darío viajó por diversos países, pero España dejó una profunda huella en él. Figuras como don Quijote, Goya, Cervantes o el Cid le inspiran varios poemas. Podríamos destacar como resumen de sus sentimientos hacia España la Salutación del optimista, que comienza con la “sangre de Hispania fecunda”, recoge versos como “¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos/ y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?” y acaba señalando la unión en “espíritu y ansias y lengua”.
En 1914, José Ortega y Gasset publica Meditaciones del Quijote, en el que se refleja que un pueblo es un estilo de vida y muestra al pueblo español como problemático porque no deja de preguntarse acerca de su identidad y su destino. A través del Quijote se centra también en el paisaje. Y su visión de España sintetiza tradición y modernidad.
En 1921 apareció La España invertebrada, donde analiza el efecto de los regionalismos y separatismos en el país.
Ramiro de Maeztu publicó en 1926 Don Quijote, don Juan y la Celestina. En esta obra, el autor interpreta el carácter español, su moral, a través de sus mitos más representativos. Maeztu los presenta como carentes de ideales: don Quijote por culpa del desengaño, don Juan porque tiene como único ideal la satisfacción de sus caprichos, y la Celestina porque solo busca su propio beneficio. Don Quijote personifica el amor, don Juan el poder y la Celestina el saber, pero con matices negativos.
El autor francés Henry Montherlant es conocido en España sobre todo por su novela de corte autobiográfico Los bestiarios, de 1926. Tenía entonces 30 años y llevaba ya quince familiarizado con el ambiente taurino en Francia y en España. La novela se sitúa en Andalucía y narra las peripecias tauromáquicas y amorosas de Alban, un joven aficionado francés y álter ego de Montherlant (quien fue matador aficionado entre 1911 y 1925). En Los bestiarios aparecen expresiones idiomáticas y términos procedentes del mundo taurino. El autor mostró su relación con España no solo en esta novela, sino también en algunas obras de corte calderoniano como El cardenal de España, La infantita de Castilla o La Reina muerta, inspirada en la noble gallega Inés de Castro.
Juan Lafita retrató a un Montherlant altivo que realizaría un retrato típico de España, con toreros y castañuelas y “en la estela de Gautier, Dumas y Merimée”. Pero el escritor francés conoce el mundo que retrata desde dentro (al contrario que los autores románticos) y recoge incluso una sobremesa en que surge la controversia sobre los toros.
La obra mejor considerada sobre ambiente taurino en la literatura francesa es Luces y sangre, de Joseph Peyré, por la que el autor consiguió el premio Goncourt en 1935. El autor disfrutó de largas y frecuentes estancias en Sevilla y la inspiración española está presente en varias de sus novelas (por ejemplo, una trilogía dedicada a la guerra de la independencia: Los lanceros de Jerez, Las murallas de Cádiz y El alcalde de San Juan). El arraigo de Peyré en Sevilla hizo que no se le criticara por tipismo o exotismo. Por otra parte, el hecho de que Luces y sangre esté escrita en francés permite la confrontación entre el tema y el idioma que crea distancia y centra la atención sobre lo difícil de la tauromaquia en otras culturas.
André Malraux (1901-1976) participó en la guerra civil española con las Brigadas Internacionales. Escribió su novela La esperanza en 1937. En ella homenajea a aquellos que considera que defienden la libertad y dignidad humanas. Y lo hace desde un punto de vista solidario y con su gran capacidad narrativa, con descripciones impresionistas y reflexiones filosóficas, morales y políticas. El sentimiento que da lugar a esa esperanza comienza el 19 de julio de 1936, cuando Madrid y Barcelona derrotan a los militares que se han levantado contra la República. El autor tenía 35 años y había llegado a España dos meses antes movido por su deseo de aventuras. Malraux llegó a organizar una cuadrilla internacional de aviadores para defender la democracia. Su novela narra precisamente las gestas realizadas durante el primer año de la guerra civil española hasta los primeros meses de 1937, cuando, según la tesis de su autor, todavía quedaba esperanza para las tropas y el régimen republicanos. Se trata de una novela larga, estructurada en tres partes (La ilusión lírica, El Manzanares y La esperanza).
Junto a la obra de Malraux, destaca la novela de Hemingway ¿Por quién doblan las campanas?, centrada también en la guerra civil española, durante la cual el autor trabajó como corresponsal. Con la muerte como uno de los temas principales de la obra, esta novela trasciende el momento histórico que retrata para plantear que el hombre forma parte de un ser colectivo constituido por todos los seres humanos. La acción se desarrolla en mayo de 1937, durante la ofensiva de Segovia y el trágico destino de la causa republicana sirve de telón de fondo a toda la novela. El autor presenta hechos (como los ocurridos en Ronda) y personajes reales (por ejemplo, la Pasionaria, Indalecio Prieto o el general José Miaja).
Muchos intelectuales extranjeros de la época intervinieron en la guerra civil española y la retrataron. España se convirtió en cierto modo en una gran aventura, en una “llamada de la conciencia”. Y sus sueños se hicieron realidad en parte a través de las diferentes novelas que se escribieron. Para Ernest Hemingway, España era «the last good country», una tierra no contaminada por las luchas de la primera guerra mundial y digna de apoyo en su lucha a favor de la República.
En México, en 1939, publica León Felipe El hacha. Elegía española. Como en otras ocasiones, la obra del desterrado se llena de resonancias de la patria. Aparecen la nostalgia y los recuerdos. La llamada “España cainita” se muestra en León Felipe por la necesidad de explicarse el horror de la guerra civil. Y el poeta se resiste a la existencia de la división española, a la existencia de los dos bandos (¿Por qué habéis dicho todos/ que en España hay dos bandos, / si aquí no hay más que polvo? / En España no hay bandos, /en esta tierra no hay bandos, / en esta tierra maldita no hay bandos. / No hay más que un hacha amarilla/ que ha afilado el rencor). El hacha es símbolo de la envidia (un elemento que ya aparecía en La tierra de Alvargonzález de Antonio Machado). La elegía está dedicada “A los caballeros del Hacha, a los cruzados del rencor y del polvo … a todos los españoles del mundo”.
Esa “España cainita” aparece en otros autores, como Sender, Aub o Juan José Domenchina. Recordemos que la aparición de esta es de tal importancia que un pensador como Américo Castro explica que sus libros están escritos “para averiguar el motivo de nuestro cainismo crónico”. Castro y Ortega y Gasset situaban el origen de los enfrentamientos entre españoles en la Edad Media y en la religión.
Juan José Domenchina muestra en sus versos el odio y el rencor y utiliza el arado como instrumento de división, símbolo de la violencia española. En el exilio, el poeta añora el campo, el aire y el cielo de España. Quiere sentir el frío del invierno en Madrid, oler la tierra y fundirse en el paisaje español con una melancolía que lo irá transformando no solo espiritual, sino también físicamente, hasta el punto de que lo matará realmente (poco antes de morir escribirá El verbo es luz divina, entre cuyos versos se encuentran los siguientes: Lo que no digo /es lo que está en mi aliento y tan conmigo/que no se me derrama en lo que hablo).
Caminando por las Hurdes, de Antonio Ferres y Armando López Salinas presenta la España abandonada. Fue publicada en 1960. Es considerada por su valor antropológico y se inscribe en las obras de viajeros por esas zonas de España (como el documental de Luis Buñuel Tierra sin pan). Los autores recorrieron a pie las Hurdes en 1958 porque querían comprobar por sí mismos la miseria de esa comarca. El resultado fue este libro de viajes que, según explicaban Ferres y López Salinas, se insertaba en un proyecto más amplio, junto a textos como Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela, y Campos de Níjar, de Juan Goytisolo. Estas obras contribuían a narrar la intrahistoria de España.
Viaje a la Alcarria (1948) es el primer ensayo de Cela acerca de la España profunda. El autor se propone viajar por todo el país para recoger la forma de vida de los pueblos de España. Las descripciones en Viaje a la Alcarria reflejan la ruina de la posguerra. Y ello con el uso de un lenguaje conciso y una mirada llena de piedad. Al pasar de una aldea a otra, Cela habla con ironía para contrastar los fenómenos rurales con los urbanos. Al recorrer la España desolada y seca, el autor experimentará la nostalgia sobre su propio pueblo. El viajero descubrirá lo entrañable de la naturaleza, por un lado, pero por otro también lo melancólico de la vida y cultura locales. Son las dos caras de la verdad. Y Cela pone el dedo en la llaga al observar la desigualdad y la cultura decadente de los pueblos.
Campos de Níjar, de Juan Goytisolo, fue publicado en 1960. Como si fuera un reportero, el autor describe el paisaje físico y humano de la zona. La belleza del primero se mezcla con la miseria de los habitantes. Los niños aparecen desnudos o vestidos de forma pobre (“los niños flacos y oscuros del Sur, de pelo anillado y ojos expresivos, medio enanos y medio diablejos, con sus manitas móviles, sus voces camarinas y una tristeza adulta que transparenta siempre bajo los rasgos maliciosos y ávidos”), los adultos aparecen envejecidos prematuramente. Y el narrador criticará las injusticias que ha presenciado. Durante los viajes de los que saldrá la obra, Goytisolo muestra la marginalidad de algunos entornos, especialmente de algunos barrios, lo que le llevará a escribir también La Chanca (1962). La sobriedad y dureza del paisaje se contraponen al retrato de sus habitantes. Se trata de un barrio de pescadores en el que la pobreza es una forma de vida. Muchos allí sueñan con emigrar a Europa.
Gabriel Celaya escribió el poemario Cantos Íberos en 1955, enmarcado en la poesía social. El autor explicaba que su obra había nacido del furor y la esperanza, bajo la idea de que la poesía era un arma, un instrumento capaz de cambiar el mundo. En la obra destaca el poema España en marcha, en el que se invita a luchar por lo verdaderamente importante. El futuro y la prosperidad del país debe buscarse entre todos. Y de fondo, se recuerda a los que murieron luchando por un futuro mejor. El poeta se refiere también a la historia que se cuenta como verdadera, pero que él siente como una mentira, ya desde el principio (“¡Basta de Historia y de cuentos!”)
En 1960, Luis Cernuda escribió el Díptico español en el exilio. Dedicado a Carlos Otero, está compuesto por Es lástima que fuera mi tierra y Bien está que fuera tu tierra. En la primera parte, el poeta recuerda una tierra de muertos, un país con una historia hecha por enemigos de la vida. Y se presenta como español “a la manera de aquellos que no pueden ser otra cosa”. Lo que parece una huida se complementa con esa segunda parte en que Bien está que fuera tu tierra. Encuentra entonces que España no es esa “obscena y deprimente”, sino una España viva y siempre noble, / que Galdós en sus libros ha creado. El idioma español y la literatura escrita en él es realmente la patria.
En las décadas de los 50 y los 60, diferentes poetas mostrarán la dolencia de España. Autores como Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, José Ángel Valente, Leopoldo de Luis, José Manuel Caballero Bonald, Blas de Otero y Jorge Guillén, aun con su testimonio de sentirse español, no ocultarán su dolor por la situación político-social del país. Bousoño en la Oda a España expresará “te quiero con el llanto, España mía”. Eugenio de Nora mostrará una honda herida (“¡Me dueles, sí!”), aunque cantará su gloria y su esperanza. Valente hablará de su desconcierto, ya que desconoce quién es la patria, una tierra en la que es “difícil la alegría”. Leopoldo de Luis contrapone una “patria de esperanza” (con jornaleros, artistas, pastores o mineros) a una “patria de sombra”, hostil. Bonald escribe Blanco de España para hablar de “la naciente libertad”.
En 1981 se publicaba la novela de Miguel Delibes Los santos inocentes, considerada un retrato ejemplar de la España profunda que mencionábamos anteriormente. Está ambientada en los terrenos de un cortijo de Extremadura en la década de 1960. Delibes presenta la realidad del latifundio a través de la organización social de amos y siervos.
En 1982 se publican los estudios y reflexiones de María Zambrano La España de Galdós. En la obra se mantiene la unidad a través de los retratos de diferentes personajes que se encuentran inmersos en “esa especie de océano que es la historia nacional” y “que parecen venir a depositarse en el lugar de salvación de la novela galdosiana”. Es historia y vida, novela y tragedia como parte de la condición humana y “un modo de padecer y concebir vida e historia” los españoles. Zambrano presenta la realidad de España con sus contradicciones, grandezas y servidumbres. Los personajes tienen en común lo trágico de la miseria material y moral, del modo en que asumen las tradiciones y de la conciencia nacional. El paisaje castellano, su quietud, puede derivar en la inacción y en el “quietismo moral”.
Julián Marías realizó estudios sobre la identidad colectiva española en España inteligible. Razón histórica de las Españas, publicada en 1985. Recordemos que defendió la idea de una “Tercera España”, la de aquellos que no se situaban o reconocían en ninguna de las “dos Españas” tantas veces señaladas. Ello permitiría o se identificaría con la superación de la dramática tendencia de España a la bipolarización y al guerracivilismo. En la obra, Marías intenta defender la normalidad de España y trata sobre la Inquisición, la llamada “leyenda negra” y el estigma de la decadencia estructural. El autor presenta una nueva visión del “España es diferente” y recorre la historia de lo que ha unido a los diferentes pueblos que componen el país.
En 1996 se publicó el libro de ensayos El secreto de España, de Juan Marichal. En la obra se plantean gestas universales españolas que han resultado sorprendentes, precisamente por el carácter colectivo de España. Habría, en palabras del autor, una “faz histórica” de España que está oculta para la generalidad de Europa. El último capítulo del libro recuerda los viajes a España de diversos intelectuales americanos y europeos. Y termina señalando que, quizás, España sorprende por su cohesión interna, que emana del “sentimiento cordial de la vida”, quizá un “reflejo espontáneo del sentimiento de igualdad”.
Historia de las dos Españas, de Santos Juliá, recibió el Premio Nacional de Historia en 2005. Presenta la invención de una España “muerta, hueca y carcomida” frente a una España “nueva, afanosa, aspirante”. En la obra se ofrece un recorrido por los diferentes autores que crearon el relato de las dos Españas, desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. El tema del “problema de España” se agudiza con el desastre del 98 y, a partir de ese momento, divide a los intelectuales en liberales ilustrados frente a católicos tradicionales, nuevos frente a viejos. El relato de la escisión acabaría, según el autor, con la generación de Sánchez Ferlosio, Alfonso Carlos Comín o Carlos Barral, que se presentaban como hijos de vencedores y vencidos y mostraban su interés por la democracia, las libertades y el Estado de Derecho.
Hay muchos otros ejemplos de España en la literatura (como la visión de Mújica Láinez en El laberinto, la de Pérez Reverte en las historias del capitán Alatriste o en la obra de Alberto Méndez) y tanto de escritores españoles como hispanoamericanos o europeos.