Yo sé que ver y oír a un triste enfada
Cuando se viene y va de la alegría
Como un mar meridiano a una bahía,
A una región esquiva y desolada.
Lo que he sufrido y nada todo es nada
Para lo que me queda todavía
Que sufrir el rigor de esta agonía
De andar de este cuchillo a aquella espada.
Me callaré, me apartaré si puedo
Con mi constante pena instante, plena,
Adonde ni has de oírme ni he de verte.
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
Pero me voy, desierto y sin arena:
Adiós, amor, adiós hasta la muerte.
Se trata del soneto XIX de El rayo que no cesa, de Miguel Hernández (1910-1942), publicado en 1936. Como otros poemas del libro, se trata de un soneto de tema amoroso. Al parecer está dedicado a María Cegarra (1903-1993), poeta de La Unión. Ambos se conocieron el 2 de octubre de 1932, durante un homenaje a Gabriel Miró en Orihuela. Un año después se volvieron a encontrar en Cartagena. Se vieron por última vez en agosto de 1935. A partir de ese momento comenzaron una relación epistolar hasta que Cegarra dejó de escribir. En sus cartas, Miguel Hernández le confesaba el amor puro que sentía por ella y le reprochaba sus silencios.
En este soneto se expresa la idea de la resignación por no obtener el amor, pero también que el hecho de no obtenerlo no produce la resignación ante no sentirlo. Aunque el poeta se aparte de su amada, la seguirá amando hasta la muerte.
El poema se estructura en tres partes: en el primer cuarteto el poeta comprende que es molesto ver la tristeza cuando se está contento, en el segundo es consciente de que su sufrimiento no ha terminado y en los tercetos se resigna ante la idea de no obtener el amor y decide apartarse de la amada.
Sintiéndose rechazado, aparece el “triste” en el primer verso del poema. La voz del poeta se refugia en el desamparo y el silencio, despidiéndose de la amada. En la primera estrofa, el yo poético reconoce el sentimiento de contrariedad que se da en los demás al escuchar las quejas del triste. La segunda estrofa anuncia el sufrimiento que le espera, la aflicción por las heridas del cuchillo y de la espada. En la tercera estrofa, el poeta elige callar y la pena grita y ruega. En la cuarta y última estrofa, se despide de la amada “hasta la muerte”.
De acuerdo con el análisis del poema que realizó Cano Conesa, el soneto comienza con una visión global y distanciada de lo que ocurre cuando sufres un amor no correspondido. Al principio el poeta se distancia de esa sensación, pero el lector comprenderá enseguida que el triste es el “yo”. La impersonalidad se encuentra también en “se viene y va de la alegría”. El amor, un sentimiento universal, es comprendido por quien ha vivido esa alegría y esa tristeza. En el poema se cuenta el proceso de la pena y lo cuenta una persona llena de tristeza por el rechazo de la amada. No conocemos los detalles de esta historia, tan solo los sentimientos y la despedida.
En el segundo cuarteto se revela la identidad del triste, el poeta enamorado, que se presenta en primera persona.
La alegría se representa con el mar meridiano que se acoge en la bahía. La tristeza se representa con la región esquiva y desolada. Ese contraste es también la alegría de la luz y la tristeza del rechazo y dicho contraste aumenta la sensación de dolor y agonía, provocada como decíamos por el cuchillo y la espada. Esta última supone una herida más profunda, todo el sufrimiento. El cuchillo se referiría a lo que aún queda por sufrir hasta el adiós definitivo.
En los tercetos aparece el contraste entre el silencio del poeta (“me callaré, me apartaré”) y el grito de la pena (“pena instante, plena”).
Pero el poeta duda, desorientado, y no se decide a irse (“si puedo”, “pero me quedo”). Aunque al final, se aparta y se despide (“adiós, amor, adiós hasta la muerte”). Se acaban así las esperanzas y buscar la compasión de la amada. Regresa la realidad y el presente en soledad.
En el poema, Miguel Hernández utiliza los tiempos verbales en presente, pasado y futuro, alternándolos (“se viene”, “he sufrido”, “callaré”) hasta situarnos en el presente de la despedida (“me voy”). Y, aunque es un poema de amor, los verbos predominan sobre el resto de categorías gramaticales, con lo que resalta el movimiento. Con ello queda mejor expresado el ir y venir de los sentimientos, el desconcierto y la desorientación (“me voy, pero me quedo”).
El ritmo vacilante del poema se consigue mediante la casi inexistencia de los signos de puntuación, el uso de conectores de contraste y el asíndeton.
Estamos ante un poema dinámico, rotundo, que se cierra con la muerte. En él destacan los términos referentes al dolor y el contraste de este con la alegría y el uso para ello tanto de vocablos coloquiales como cultos.